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Lo único original allí era que Fulgosio juraba que su honor de soldado no le permitía autorizar un simulacro de desafío, y que el duelo a pistola y a tal distancia y a la voz de mando sin apuntar y entre dos primerizos, pues primerizo era también Mesía a pistola, sería la carabina de Ambrosio. Bedoya pensó que don Víctor era buen tirador, pero no se atrevió a presentar objeciones a su colega.

Alrededor del lecho estaban los dos médicos, Frígilis que tenía lágrimas heladas en los ojos, Ronzal, estupefacto, y el coronel Fulgosio lleno de remordimientos. Bedoya había acompañado a Mesía, que pocas horas después tomaba el tren de Madrid, tres días más tarde de lo que Frígilis había pensado.

Aquella tarde no asistieron al Casino a la hora del café, como solían, ni Mesía, ni Ronzal, ni el capitán Bedoya ni el coronel Fulgosio. Lo cual notado que fue por Foja, el ex-alcalde, le hizo exclamar en son de misterio: Señores, cuando yo digo que hay gato.... ¿Qué gato? preguntó don Frutos Redondo el americano.

En vano esperaron los socios noticias. En toda la noche no parecieron por allí ni Ronzal, ni Fulgosio, ni Bedoya, que, según se decía, eran los padrinos, amén de Frígilis. Era verdad.

Frígilis miró a Pepe como si no le conociera; y como hablando consigo mismo dijo: La vejiga llena.... La peritonitis de... no quién.... Eso dicen ellos. ¿La qué, señor? Nada... ¡que se muere de fijo! Y Frígilis entró en un gabinete, que estaba a obscuras para llorar a solas. Poco después Pepe vio salir al coronel Fulgosio y detrás a Somoza el médico.

Homo homini lupus advirtió Bedoya el capitán. El coronel Fulgosio le miró con respeto y aprobó la proposición sin entenderla. Eso es la lucha por la existencia dijo muy serio Joaquinito Orgaz. No hay más que materia... añadió Foja, que sólo en sus borracheras exponía sus opiniones filosóficas. Fuerza y materia dijo Orgaz padre que lo había oído a su hijo.

Lo cierto era que Fulgosio, el coronel, nunca había presenciado un duelo a pistola, aunque él aseguraba haber asistido a muchos, y Ronzal y Bedoya en su vida habían intervenido en semejantes negocios. Frígilis sólo había visto el duelo frustrado de Mesía. Aquellas condiciones las había copiado el coronel de una novela francesa que le había prestado Bedoya.

Pero los padrinos se habían portado mal, eran torpes, a pesar de las ínfulas del coronel Fulgosio que decía tener el código del honor en la punta de los dedos: no parecían armas, se había hablado del sable primero, pero no parecían sables de desafío; no había en Vetusta sables así, o no querían darlos los que los tenían.