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Rompí el papel en cien pedazos..., ¡como si con este pobre recurso borrara su contenido de mi memoria, y la voz del que le había estampado allí no resonara en mis oídos, ni el fulgor de su mirada penetrase por mis ojos hasta el fondo del corazón! »El incendio se produjo otra vez; pero las fuerzas de mi discurso para huir de él por las callejuelas de extraños pensamientos estaban agotadas ya.

«En fin, hija mía decía al terminar, gracias a usted y a sus queridos padres he conocido hoy un fulgor de esperanza, muy débil, por desgracia, y que se apagará probablemente mañana.

Sacudí la cabeza. «Te considera todavía muy tontapensé, volviendo a recobrar el aliento, pues sentía desaparecer de mi alma los terrores que me había causado mi peligrosa empresa. Se apartó de para encender la luz. Yo busqué con la mano el sofá y me dejé caer en una de sus esquinas. Las velas esparcieron un vivo fulgor que me deslumbró. Me volví hacia la pared y oculté mi cara.

Después, pasada la edad fijada por las leyes, y fuertemente estropeada la juventud, venían las inquietudes y triunfaban los cuidados. El deseo de agradar ponía un fulgor febril en la mirada de la solterona anticipada y en la más estudiada de sus sonrisas había una crispación.

Una compasión inmensa le dolía en el corazón y le ponía en los ojos un fulgor ardiente de ternura. Todo el aspecto de la muchacha era una viva lamentación de pena y de trabajo; el médico veía con espanto que Carmen finaba lentamente, en un profundo descuido de la vida. Nada se dijeron al verse en el cuarto de Julio; se buscaron los ojos, y ella bajó los suyos, cobarde y sobrecogida.

A medida que el tiempo pasaba y se acercaba el vals que Antoñita había prometido a Amaury, la pobre niña miraba a Magdalena con inquietud manifiesta. Más de una vez chocaron sus miradas con las de ella y cuando esto sucedía Antonia inclinaba su cabeza al mismo tiempo que en los ojos de Magdalena brillaba el fulgor de un relámpago.

Tiene un fulgor de cólera en las pupilas, en las manos de marfil añoso la escopeta, y su barba se derrama sobre el pecho, trémula y blanca.

Sólo la tibia luz de las estrellas mis pasos alumbraba: su pálido fulgor me parecia aún más alegre que la luz del dia. Al dejarla, sus tintas de oro y grana esparcia en el cielo la mañana, y cuando el sol se alzó en el horizonte, pensando en la victoria que al dulce amor debia, yo no qué sentia que en medio del recuerdo de mi gloria triste la luz del sol me parecia.

De su voz al suave encanto de sutiles inflexiones la piedad acariciaba los heridos corazones como un trémolo de liras, como un trémolo de auroras, y el fulgor ultraterrestre que irradió en clarividencias, fulguró como la estrella que orientaba las conciencias 65 a las márgenes lustrales de las iras redentoras.

De dos puntazos secos le reventó las pupilas a un anciano, ricamente vestido, que se adelantó espectral, en el fulgor de la luna. Los moriscos se apartaban, amedrentados.