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En realidad, hacía algún tiempo descuidaba intencionalmente ponerse su anillo de novia; había observado que los ojos de Juan eran invenciblemente atraídos por el fulgor del rubí tornasolado, sobre el cual parecían caer todas las caricias de la luz. De manera que por una delicadeza instintiva, no queriendo colocar diariamente ante sus ojos un símbolo que debía afligirlo, no se ponía el anillo.

Magdalena, medio acostada como habría estado sobre una silla larga, ajaba con mano nerviosa un enorme ramillete de violetas que toda la noche me había embriagado. Veía yo el extraño fulgor febril de sus ojos fijos. Sentíame presa de profunda turbación, sentía distintamente que había de ella a algo muy grave, como un decisivo debate.

Las estrellas tenían una claridad inmensa, y el ojo se detenía extasiado ante su rápido y fugitivo fulgor. Los recuerdos venían y el sueño se alejaba... El guía se me acercó y me dijo: ¿No puede dormir, señor? No, pero no lo siento. La noche está muy linda. ¿Por qué no toma un mate y hace hablar a don Salvador? Es un viejo que conoce medio mundo y sabe más que Licurgo.

Semejante ilusión mi mente crea cuando en la imperial calma de la tarde que muere lentamente, cual la luz de una llama, yo dejo en libertad mi pensamiento que forja una añoranza; sueño estar a tu lado, y es mi anhelo y son mi dicha y mi alegría tantas que con amor te llamo como un loco buscando a la mujer que yo soñara en un rato de ciego desvarío, que con fervor pensaba, recordando en el brillo de tus ojos cual fulgor de alborada...

Era una gran señora de belleza triste, pálida, intensamente pálida, con una piel mate que parecía absorber la vida del aire, sin dejar en su superficie brillo ni jugo; con unos ojos negros, intensos, helados, profundos, que recogían la luz del espacio sin devolver el más leve fulgor.

Para disimularla se encaminó al gabinete, diciendo con afectada ligereza que la dejasen libre, que a quien tenía más gana de ver era a D. Pedro. El noble maestrante yacía en su sillón con los naipes en la mano. Sus cabellos y su barba estaban más blancos, pero tan erizados e indómitos. Sus facciones enérgicas parecían más acentuadas; sus ojos hundidos brillaban con fulgor más delirante.

El poder, el poder te da su imperio, que el rendir feudo al misterio del placer no es mengua ni vituperio. Por tu amor, por tu amor ya arde la Alhambra, rejas torres, Vivarrambra, el fulgor de cañas, juegos y zambra.

Nubes descoloridas subían pesadamente en el horizonte, y arrojaban un pálido fulgor sobre los árboles que chorreaban de humedad, y que parecían haberse despojado todavía durante la noche, de una parte de sus hojas. ¡Qué noche!

Bastaba ver sus ojos fijos en él con un ardor de pasión, dilatándose cual si quisieran absorber su imagen; su boca de frescura insolente y esplendorosa escarlata estremeciéndose con un bostezo amoroso, sintiendo repentinos abrasamientos que hacían salir la lengua de su encierro para pasearse por los labios; sus dientes de devoradora que parecían temblar con el fulgor de un acero pronto a hundirse en la carne... No podía explicarse esta buena fortuna; pero era indiscutible que Nélida, abandonando a su tropa de adoradores, se aproximaba a él, que no había hecho esfuerzo alguno por atraerla.

La luz no hiere con su lumbre pura mis ojos apagados donde ántes su fulgor resplandecía, y á través de una niebla siempre oscura miro la alegre claridad del dia. No hay eco que hasta llegue distinto, ni idea que despierte mi entusiasmo; no hallo placer que excite en el instinto, ni dolor que me saque del marasmo.