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La obscuridad crecía, y al fin viniera a ser completa si el resplandor de un reverbero fronterizo no se quebrase en los cristales de la ventana. La vista de la luz hizo saltar en el diván a Lucía. Es de noche exclamó siempre en alto. Atropelláronse en su mente mil pensamientos. De seguro que ya habrían preguntado en la fonda por ella.

Descendíase al fondo por seis escalones, siempre resbaladizos y verdosos por la humedad. En la cara del rectángulo de piedra fronterizo á la escalera destacábase un bajo relieve con figuras borrosas que era imposible adivinar bajo la capa de enjalbegado.

Los pajes abrieron una puerta inmediata que daba entrada á un amplio salón, en el que nuestros caballeros hallaron congregados á otros muchos nobles que como ellos esperaban audiencia. En el testero fronterizo á la puerta de entrada había otra guardada por dos hombres de armas. Abríase á intervalos para dar paso á un funcionario que nombraba en alta voz al noble designado por el príncipe.

Fué el caso que una mañana encontraron privados de sentido, y echando espumarajos por la boca, a dos centinelas de un bastión o lienzo de muralla fronterizo a Bellavista.

Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas visitar mi casa. ¡Como soy pobre!... Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no vaciló más. Y volviendo la espalda al Casino, empezó á subir las calles en pendiente hacia el límite fronterizo que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles que ostentan nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, de las Violetas, de las Orquídeas.

Virey, que cuando escribe al Gobernador de Rio Grande, nuestros chasques llegan á la primera guardia portuguesa, entregan los pliegos con recibo y regresan inmediatamente, sin esperar la respuesta, que traen los Portugueses á Santa Teresa que es nuestro establecimiento fronterizo. El Gobernador de Rio Grande hace lo mismo. Como la idea del Sr.

Un ruido a lo lejos, una voz, el aleteo de los pajarracos nocturnos, el chillido de las alimañas invisibles, el ladrido de un perro, les hacían ocultarse, tenderse en el suelo entre los jarales punzantes, sofocados por el peso de la mochila. Al partir del campo fronterizo de Gibraltar pagaban por trasponer la línea del resguardo.

Por la mañana, al subir a cubierta, se saludaban las de uno y otro grupo con ceremoniosa sonrisa. «Buen día, señora; ¿cómo amaneció usted, señora?...» Y a continuación iba cada uno a ocupar el territorio propio, empujando su sillón para que quedase bien marcado el vacío fronterizo, la separación insalvable entre unas naciones y otras.

Entonces yo abandoné al cobarde y me adelanté hacia la galería. Abajo, el muro fronterizo, proyectaba una sombra fatídica. Allí se apiñaba una turba negra.

Continuaba riendo de su propio comentario, sin ninguna intención oculta. El secreto de Alicia sólo él podía conocerlo. Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. De pronto, empezaron á sonar las campanas de las iglesias y conventos de Mónaco, conversando, á través del éter cargado de luz, con las del fronterizo Monte-Carlo. Las doce. Novoa se inquietó.