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Mas, como el agua estaba helada, volví a la orilla aterido y tiritando de frío, mientras que el matemático calculaba de seguro, cuántos milímetros me habían faltado para caer en el bote y evitarme el chapuzón. A consecuencia de aquel baño intempestivo, tomado en tan malas condiciones, pasé tres días en la quinta, con una fiebre muy alta.

Todo el grupo Desnoyers pareció sentir de pronta un frío glacial, como si los témpanos polares invadiesen la avenida Víctor Hugo. El padre se limitó á obsequiarse con un gabán de pieles; pero encargó tres para su hijo. Chichí y doña Luisa se presentaron en todas partes cubiertas de sedosas y variadas pelambreras: un día chinchillas, otros zorro azul, marta cibelina ó lobo marino.

LOMO RELLENO. Se abre el lomo y se estira bien con el mazo, rellenándolo con aceitunas picadas, tiras de tocino y jamón, un poco de pimienta y de nuez moscada; se ata, y con agua y sal y despacio se cuece tres horas. Se sirve frío, cortado en ruedas.

Llegóse el huésped a él, habiéndole llamado primero; y, trabándole por la mano, viendo que no le respondía y hallándole frío, vio que estaba muerto.

El frío, colándose bajo el sutil macferlán, hacía temblar al fusilador de bibliotecarios e implacable destructor de museos.

Eran jóvenes y tenían aspecto de viejos: las barbas hirsutas, los uniformes manchados, las caras apergaminadas por el sol, endurecidas por el frío, resquebrajadas por los vientos. El calor les había hecho despojarse de los capotes y mostraban sus camisas de franela de un color indefinible, impregnadas del sudor de tantas fatigas y emociones.

Marcharon los tres a la posada, ya hechos amigos, y Martín fué a ver a un confitero carlista de la calle Mayor. Durmieron en la posada de Blas y muy de mañana Zalacaín y Bautista se prepararon a seguir su camino. Era el día lluvioso y frío, la carretera, amarillenta, llena de baches, ondulaba por entre campos verdes; no se veía el monte Itzarroiz, envuelto entre la bruma.

La fiebre trotaba, galopaba por los campos del pavor y la demencia, y su cráneo llenábase, cual pútrida calabaza, de monstruoso gusaneo de visiones, que subían unas sobre las otras con esfuerzo incesante, glutinoso, desesperado. Después de largo lapso de tiempo, despertó, puede decirse, de aquel calenturiento delirio. La fiebre se había alejado como una tormenta. Frío sudor le mojaba las sienes.

La noche de los trópicos, se había apoderado bruscamente del mar y la estela del navío aparecía iluminada por misteriosas fosforescencias. La oscuridad confundía vagamente las formas de los tres amigos. Estamos á 15 de febrero, dijo Marenval. En este momento hace en París, probablemente, un frío del diablo y sus calles están enfangadas de escurridiza nieve.

Cuando yo las acomodaba en mi equipaje, pude ver de soslayo los sobres, y me quedé frío de sorpresa y casi diré de terror: leí los nombres de Amaranta, de la Marquesa su tía y del señor diplomático. Santorcaz, que aún no había recibido lo que aguardaba, se quedó, prometiendo juntarse con nosotros al día siguiente o a los dos días.