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27 Todo lo que en su carne tocare, será santificado; y si cayere de su sangre sobre el vestido, lavarás aquello sobre que cayere, en el lugar santo. 28 Y el vaso de barro en que fuere cocida, será quebrado; y si fuere cocida en vaso de bronce, será fregado y lavado con agua.

Bien sabía él quién había metido a Carolina en este fregado del misticismo, y no era obra que su prima Serafinita de Lantigua, que gozaba opinión de santa. Hablando en plata, la tal prima era una calamidad. En la iglesia veíanse diariamente a las seis de la mañana Carolina y Serafinita, y allí se despachaban a su gusto.

Al llegar a esta frase, el punto o vértice del delirio hízoles caer de bruces sobre la realidad la brusca entrada de Benina, que, concluidas sus faenas de fregado y arreglo de la cocina y comedor, se despedía. Cayó Ponte en la cuenta de que era la hora de ir a cumplir sus obligaciones en la casa donde trabajaba, y pidió licencia a la imperial dama para retirarse.

Don Acisclo idolatraba, pues, al P. Enrique, y hablaba de él con complaciente jactancia, diciendo: Aquí servimos para todo; lo mismo para un fregado que para un barrido; yo quise ser millonario y lo soy; a Enrique le dio por la santidad y aún le hemos de ver en los altares . Para demostrarlo y hacer probable el cumplimiento de su vaticinio, D. Acisclo refería a menudo las andanzas del P. Enrique: de modo que doña Luz le tenía por conocido y amigo, aunque hacía cerca de veinte años que él faltaba del lugar y de Europa.

Isidro únicamente apartó lo que la Mariposa consideraba de menos valía: un par de docenas de cucharas de plata de diferentes formas y tamaños, caídas, sin duda, durante el fregado en el estiércol de la cocina; una cadenilla de oro, un sonajero del mismo metal y cuatro sortijas lisas, pero de algún peso. Era lo único del tesoro de la abuela que tenía cierto valor.

A lo que respondió Sagrario con igual frescura que si el asunto no rezara con ella: ¡Yo lo creo que lo conoce! Pero ¿qué se le importa a él? ¡Gracias a Dios, no tiene por qué callar! ¿No yo la vida que ha hecho, la que hace y la que hará? ¡Ni más ni menos que la mía! ¡Para él estaba! Además, ¿qué pone por su parte en este fregado?

¿La ha fregado V. ya? Si no la hubiera fregado, ¿cómo se había de limpiar? ¡Vaya una salida! No se incomode, Rufa dijo un poco acortada la niña. Y cogiendo un paño, se sentó con calma a secar los platos. Miguel se sentó cerca de ella. Voy a contarles a VV. un cuento dijo aquél tomando otro paño y poniéndose a secar platos también.

Lo que más le molestaba era la limpieza; aquel suelo barrido todos los días y bien fregado, para que la humedad, filtrándose a través del petate, se le metiera en los huesos; aquellas paredes, en las que no se dejaba tener ni una mota de polvo. Hasta la compañía de la suciedad le quitaban al preso. Soledad completa.

No había otro como él para atravesar de noche ciertas calles con un bulto bajo la capa, figurándose mendigo con un niño a cuestas. Ninguno como él poseía el arte de deslizar un duro en la mano del empleado fiscal, en momentos de peligro, y se entendía con ellos tan bien para este fregado, que las principales casas acudían a él para desatar sus líos con la Hacienda.

El agua tomó de pronto el tono sombrío de un mar de invierno. Muchos se estremecieron de frío en sus trajes veraniegos. Maltrana creyó que el lejano Polo les enviaba su respiración antes de que lograsen introducirse en el abrigo del estuario. ¡Con tal que no tengamos bruma! dijo el doctor . La niebla en el río es de lo más fregado.