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No negaron su oido á la conciencia, Ni el pudor sofocaron torpemente, Ni tributaron culto á la opulencia Con inciensos quemados en la mente. Lejos de la contienda fratricida Sus deseos jamas se descarriaron, Y á lo largo del valle de la vida Una quieta existencia atravesaron.

¿Por qué son perseguidos en todas partes, o más bien, por qué eran unitarios salvajes, y no federales sabios, toda esa multitud de hombres animosos y emprendedores que consagraban su tiempo a diversas mejoras sociales: éste a fomentar la educación pública, aquél a introducir el cultivo de la morera, este otro al de la caña de azúcar, ese otro a seguir el curso de los grandes ríos, sin otro interés personal, sin otra recompensa que la gloria de merecer bien de sus conciudadanos? ¿Por qué ha cesado este movimiento y esta solicitud? ¿Por qué no vemos levantarse de nuevo el genio de la civilización europea, que brillaba antes, aunque en bosquejo, en la República Argentina? ¿Por qué su Gobierno, unitario hoy, como no lo intentó jamás el mismo Rivadavia, no ha dedicado una sola mirada a examinar los inextinguibles y no tocados recursos de un suelo privilegiado? ¿Por qué no se ha consagrado una vigésima parte de los millones que devora una guerra fratricida y de exterminio a fomentar la educación del pueblo y promover su ventura? ¿Qué se le ha dado, en cambio, de sus sacrificios y de sus sufrimientos? ¡Un trapo colorado!

Cualquiera otra nacion del mundo que hubiera tenido que pasar por las duras pruebas que la nuestra, con sus revueltas políticas tan frecuentes, con sus inútiles gobiernos, con su fratricida y desoladora guerra civil de siete años, hubiera sido borrada de los mapas y fundido en cualquiera otra su deshecha nacionalidad.

No había cumplido cuarenta años ni representaba más de treinta. ¿Por qué había adoptado semejante determinación? La repugnancia á tomar parte en una lucha fratricida, decía él: el amor entrañable á la tierra y la inclinación á la vida del campo, decía todo el mundo. D. Félix no tenía de militar más que la bravura.

He aquí que desciendes a justificarte, y que vas por todos los pueblos europeos y americanos mendigando una pluma venal y fratricida, para que por medio de la Prensa defienda al que la ha encadenado! ¿Por qué no permites en tu patria la discusión que mantienes en todos los otros pueblos? ¿Para qué, pues, tantos millares de víctimas sacrificadas por el puñal; para qué tantas batallas, si al cabo habías de concluir por la pacífica discusión de la Prensa?

Allá enfrente se divisa de la Fuerza de Santiago el histórico recinto, de almenaje señorial, que con fúnebres tapices enlútose el día aciago que vió arder entre sus muros la capilla de Rizal. ¡Ah! ¡Que apague la Discordia de su tea fratricida los impúdicos fulgores, el maldito resplandor! ¡Que la Muerte no separe lo que júntase en la Vida! ¡Que los hombres no desunan lo que uniera el Creador!

Si bien que vive vuestro amigo. San Luis, marzo 22 de 1831. MINISTROS DEL SANTUARIO: Elevad al Ser Supremo fervorosos sacrificios, y pedidle con la efusión de vuestros piadosos corazones que suspenda el azote de la guerra fratricida en que yace la República Argentina.

Allí duermen Enrique de Trastamara, el rey fratricida; allí los santos y los arzobispos que guerrearon contra los moros; allí los mismos arquitectos que sucesivamente, durante muchos siglos, fueron construyendo la Catedral; allí D. Álvaro de Luna, el soberbio enemigo del feudalismo, y D. Enrique III el Doliente, y D. Juan I, y famosas reinas, y capitanes, y prelados, y damas hermosísimas, que reinaron en famosos torneos; allí están las banderas cogidas á los agarenos en cien batallas, y las perlas y los diamantes acumulados por los judíos, y los frescos de Jordán, y las esculturas de Berruguete, y verjas de cien autores, todas de un mérito asombroso, y mil reliquias, mil ex votos, mil preciosidades auténticas, históricas, paleográficas, artísticas.

Las paces, así, en plural, constituyen un problema no menos arduo que la paz, en singular. La paz se refiere al retorno a la tranquilidad y al sosiego de dos o más naciones en lucha, o de varios partidos enzarzados en guerra civil y fratricida. Las paces aluden a la avenencia y reanudación del amor en el matrimonio después de la discordia.

Parte no menos activa tomó en la guerra fratricida que llenó de luto a las familias de España: no queremos recordar hechos que para bien de unos y otros quisiéramos ver borrados del universal libro de la Historia; consignemos solo que en los dos bandos diéronse pruebas de valor y hubo verdaderos héroes; como también hubo distinguidas heroínas en la provincia de Teruel; tal fue en Montalban Manuela Cirugeda, de veintidos años, hija de la misma villa, que sirvió en el sitio de esta como el nacional mas denodado, corriendo los puestos de mayor peligro, hasta del cansancio y las fatigas, se le originó una enfermedad, de que sanó en la sala de distinguidos del hospital de Zaragoza; tal fue, por último, la heroína de Monreal del Campo, Francisca Latorre, de cuarenta y un años, que mereció y obtuvo la Cruz de San Fernando por su heroico comportamiento.