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Sin embargo... pudiera suceder... la comedianta no está en su casa. ¡Cómo! ¿os habéis metido en averiguar?... , don Francisco, ... he tenido celos... los tengo... no hace ni más ni menos tiempo que me conoce á don Juan, que el que hace que conoce á esa mujer, y sin embargo, yo soy su esposa y le amo; ¿tendrá algo de extraño que esa mujer, que le ama también, sea su amante?

Cuando volví a San Francisco, después de colaborar durante dos años en La Estrella del Norte, hubiese podido dar por terminada mi misión, llevándolo conmigo a De-Hinchú, si no lo hubiese impedido el profundo cariño que le profesaba.

Un celoso defensor del drama llegó al extremo de sostener, que los dramas religiosos podían tener tanta influencia en propagar la religión y el ascetismo como los sermones de los sacerdotes, fundándose, como es sabido, en que á veces los mismos cómicos que representaron la vida de San Francisco y de otros santos, y en ocasiones los espectadores, arrastrados de repentino arrepentimiento, pasaron de las tablas al claustro y entraron en la orden del santo.

D. Francisco se excusó con galantería, aprestándose a poner las manos en su magna obra. Empezaba a notar que le eran perjudiciales las salidas de noche... Su cabeza no estaba buena.

En el cuarto de la señá Casiana, una vecina se aventuró á decirle: «D. Francisco, á nosotras no nos la da usted.... A usted le pasa algo. ¿Que demonios tiene en esa cabeza ó en ese corazón de cal y canto

Este Congreso, sin autoridad legítima, nombró como funcionarios del poder legítimo á los generales Fernando Toro y Simon Bolívar, con el coronel Francisco Javier Maiz y por suplentes á Zea, al coronel Vallenilla y á Madariaga, que acababa de llegar de la Península española.

¡Abominaciones! interrumpí escandalizada; ¿qué señor cura, os parece abominable que Francisco I fuese generoso y amase a las mujeres? ¿Que vos no las amáis? ¿Que dice? rugió mi tía, que habiéndome escuchado atentamente desde hacía unos instantes, sacó de mi pregunta los pronósticos más desastrosos. ¡Desfachatada! sin...

Pero el bufón, que tenía sobre un dominio inmenso, apresuró el paso para ponerse cuanto antes á cubierto de ella. El cocinero mayor se quedó atrás. ¡Eh! ¡señor Francisco! dijo el bufón ; ¿en qué pensáis? andad de prisa, amigo mío, andad de prisa, que necesitamos aprovechar el tiempo... y sobre todo... si queréis que se os haga justicia...

Por más que D. Francisco protestase del gusto que tenía en ver su casa llena de serafines, alguna vez le molestaban. Cuando se les ocurría admirar la obra peluda y se enracimaban en torno a la mesa, el gran artista, sin poder respirar dentro de aquella corona de preciosas cabezas, les decía riendo: «Niñas, por amor de Dios, echaos un poco atrás.

7 Don Diego de Noche, de D. Francisco de Rojas. 8 La morica Garrida, de Juan Bautista de Villegas. 9 Cumplir dos obligaciones, de Luis Vélez de Guevara. 10 La misma conciencia acusa, de D. Agustín Moreto. 11 El monstruo de la fortuna, de tres ingenios. 12 La fuerza de la ley, de D. Agustín Moreto. 1 Darlo todo y no dar nada, de D. Pedro Calderón. 2 Los empeños de seis horas, de D. Pedro Calderón.