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Los repetidos disparos de metralla no detenían a los franceses. Brillaban los dorados uniformes de los generales puestos al frente, y tras ellos la hilera de marinos, todos vestidos de azul y con grandes gorras de pelo, avanzaba sin vacilación. De rato en rato, como si una manotada gigantesca arrebatase la mitad de la fila, así desaparecían hombres y hombres.

Debían ser franceses o de cualquier otro país: él no estaba cierto de quién eran ni le importaba; un matrimonio que iba por el mundo y parecía haber vivido en todas partes. El había tenido mil oficios, a juzgar por sus relatos: minero en Africa, colono en lejanas islas, cazador de caballos con lazo en las soledades de América.

En el fondo de aquella grande agitación, y entre tantos recelos, había un secreto júbilo, pues como un día y otro llegaban noticias de nuevos levantamientos, todos consideraban a los franceses como puestos en el vergonzoso trance de retirarse.

¡Jesús, Arias, oléis a carbón de piedra! Rafael, mira que cuando hablas, tienes dejo. Arias, se os ha pegado el desgavilo. Arias, te vas volviendo rubio. Rafael, cántale al barón: Cuando el rey de Francia toca el violín, dicen los franceses , , , , . Arias dijo Polo , parecéis un oso en medio de un enjambre de abejas.

Vos y vuestros amigos váis á caer al empuje de los más afamados caballeros de León y Castilla. Manda esa fuerza un hermano de nuestro rey, y sin contar los gloriosos pendones de Calatrava y de Santiago, veo allí los de Albornoz, Toledo, Cazorla, Rodríguez Tavera y tantos otros, amén de los de muchos nobles aragoneses y franceses. No se hizo esperar el ataque.

He aquí cuál era la disposición del teatro, pudiendo afirmarse que esta descripción así cuadra á los franceses como á todos los demás europeos de la misma época, ó por lo menos, ateniéndonos á testimonios fidedignos, á los de Inglaterra y Alemania . La escena se dividía en tres partes: en lo más alto del fondo había un tablado, que representaba el Cielo y el Paraíso, y en él se sentaba Dios y se colocaba el trono de la Santísima Trinidad, rodeado de ángeles y santos.

El soldado disparó su fusil contra Desnoyers, hiriéndole en un hombro. Acudieron los franceses, matando al ordenanza. Luego cruzaron un vivo fuego con la compañía enemiga, que había hecho alto más allá mientras su jefe exploraba el terreno.

Sin duda el teatro español no se ve libre hoy de esa diversidad de formas heterogéneas, ni ha llegado todavía á trazarse un rumbo propio y especial en una dirección determinada: todavía acoge y reproduce las composiciones baladíes de sus vecinos los franceses; pero se nota, no obstante, cierta tendencia á simplificar esa confusa mescolanza de diversos elementos.

Me complazco figurarme, por ejemplo, al ilustre general von der Than ligero de ropas, según la antigua usanza, en medio de un verde jardinillo, con un hermoso pedestal adornado con bajos relieves que representen por un lado los Guerreros bávaros incendiando la aldea de Bareilles, y por el otro, los Guerreros bávaros rematando a los heridos franceses en la ambulancia de Woerth. ¡Qué grandioso monumento será!

Cuando di los primeros aldabonazos en la puerta, parecíame que golpeaba en mi propio corazón. ¿Estaría allí Inés? ¿Estaría allí, ya olvidada de que antes existiera en el mundo un chico llamado Gabriel, arcabuceado por los franceses?