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Estos y otros como estos, amiga doña Flora, echarán a los franceses, si es que les echan, que no los monigotes de la Cruzada, con su D. Pedro del Congosto a la cabeza, el más loco entre todos los locos de esta tierra, con perdón sea dicho de la que es su tiernísima Filis.

M. Guizot ha dicho desde la tribuna francesa: «hay en América dos partidos: el partido europeo y el partido americano; éste es el más fuerte»; y cuando le avisan que los franceses han tomado las armas en Montevideo, y han asociado su porvenir, su vida y su bienestar al triunfo del partido europeo civilizado, se contenta con añadir: «Los franceses son muy entremetidos, y comprometen a su nación con los demás gobiernos.» ¡Bendito sea Dios!

Como yo no sabía más historia que la que aprendí en la Caleta, para era de ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo.

Había vuelto á ser mujer: hablaba plácidamente con él, sonreía á les gendarmes encargados de su custodia, hacía elogios del ejército... «Unos franceses, unos caballeros, eran incapaces de matar á una mujer...» El maître no se sorprendió al ver el gesto triste y enfurruñado de los militares al salir de su deliberación.

Más te valiera quedarte aquí, que yo te daré toda la guerra que quieras, sin ir tan lejos. Eso no lo dudaré yo, buena mujer, dijo Simón, que ni franceses ni españoles han de sacudirle el polvo como vos lo hacéis. ¿Y á qué te importa, deslenguado? exclamó la viejecilla volviéndose airada contra Simón. ¡Bonito soldado estás también, entrometido, borrachín!

D. Alvaro volvió de Milán de mediado el mes de septiembre y trajo 18 banderas de españoles, tan pobres de gente, que no pasaban de 800 ó 900 soldados, y tres de tudescos, en que había otros 800, sin otra que se hizo después, y 16 banderas de italianos, en que había hasta 3.000, muchos dellos franceses y gascones.

Dumas; un viejo que habia sido maestro de Luis Napoleon, antes de ser Luis Napoleon III, llevó cierto libro á Luis Napoleon, cuando ya era Luis Napoleon III, Emperador de los franceses. El viejo de que hablamos era el honrado, valeroso, austero y lealísimo senador Vieillard, maestro y amigo del Emperador.

Quien inventó el silencio, no tuvo necesidad de inventar infierno para las mujeres. Sin embargo, es cosa de la Providencia que no sepa francés, porque si lo supiera, ¿qué dirian los franceses al oirse llamados animales á cada momento? Pero, hombre, ¿no ves qué bestias son estas gentes? aquí una de las frases más indulgentes de mi compañera. Los llama bestias, porque no entiende su idioma.

Esos franceses tienen unos pies ridículamente pequeños...» «Procura apoderarte de un piano.» «Me gustaría un buen reloj.» «Nuestro vecino el capitán ha enviado á su esposa un collar de perlas. ¡Y sólo envías cosas insignificantes

Si los dos grandes dramáticos franceses, en sus imitaciones de los poetas españoles, aparecen en ellas con tan poca ventaja suya, ¿qué podrá esperarse de otros escritores inferiores de comedias de aquel tiempo? A la verdad, éstos han bebido en aquella fuente con extraña insistencia.