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Después de una larga permanencia en países brumosos y fríos, admiraba el cielo de intenso azul, el sol invernal de suave oro, y se hacía lenguas de la dulzura de la vida en este país tan... «pintoresco». La entusiasma la llaneza de nuestras costumbres. Parece una inglesa de las que vienen en Semana Santa. ¡Como si no hubiese nacido en Sevilla! ¡Como si la viese por primera vez!

Cuando los vómitos preceden al acceso ó complican el estadio del frio, es cuando se observan los sudores frios, el síncope, grande ansiedad y palpitaciones violentas.

Quedaban fríos hasta la mañana siguiente los hornillos de la cocina. No había más resplandor que el de la lumbre de la bitácora; y al encenderla, el paje de guardia decía, según costumbre: «Amén y Dios nos buenas noches; buen viaje, buen pasaje haga la nao, señor capitán y maestre y buena compaña».

Bastaron unas cuantas semanas de esta vida, y el colegio, antes impregnado de cierta poesía plácida, quedó reducido en la imaginación de Paz a un conjunto de recuerdos fríos e incoloros.

Sea por torpeza o por desfallecimiento, la prenda se escapó de las manos de Magdalena. Dio un paso, se tambaleó primero hacia atrás, luego hacia adelante y cayó en mis brazos desvanecida. La agarré, la sostuve algunos segundos así, pegada contra mi pecho, la cabeza vuelta, los ojos cerrados, los labios fríos, medio muerta y enajenada al influjo de mis besos.

Aquella cínica respuesta nos dejó fríos a todos. Desde entonces me fue profundamente repulsiva a pesar de su belleza.

La premura no daba lugar a la compasión, y eran conducidos a las lanchas tan sin piedad como arrojados al mar fueron los fríos cadáveres de sus compañeros.

Debajo de la capa protectora de las nieves, la temperatura del suelo no ha bajado tanto como en la superficie exterior, barrida por los vientos fríos, y durante los largos meses de invierno, depósitos diminutos de aguas, que semejan gotitas en un vaso diamantino, existen bajo los hielos.

Es, como dice Mariskoff, un excelente resultado para el Erario imperial y queda así vuestra oreja suficientemente vengada. Aquí, comienzan a picar los primeros fríos y ya estamos usando pieles. El buen Mariskoff sufre ahora del higado, pero el dolor no altera su criterio filosófico ni su sabia verbosidad.

¿Cómo se había apoderado ese sentimiento profundo y verdadero de aquel estragado que había ido a Saint-Pair con las intenciones menos puras? Raúl era un ser de impulsión más que de razonamiento, esclavo de su imaginación y de sus nervios, tan incapaz de obedecer a fríos cálculos como a la regla austera del deber.