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Soñó con amistades heroicas, fue todo franqueza y ardor, ofreciendo, sin ambages, en rebosante copa, la lealtad de su pecho; pero no tardó en advertir que sigiloso encono crispaba todos los labios en su presencia y que su mano calurosa no estrechaba sino dedos laxos y fríos.

Y Joselillo pasaba a otra casa, seguro de la cobranza, pues aunque aquella gente se retrasase en el pago, acababa siempre por satisfacer sus deudas. Eran vagabundos que apenas comenzaba el verano hacían la vida errante de feria en feria, y por esto mismo necesitaban tener su techo seguro para cuando llegasen los fríos.

Madrid es uno de los pueblos más fríos de Europa, y lo es por una razón muy sencilla: la de que carece de aparatos de calefacción. En París, como en Berlín, y en Londres como San Petersburgo, ha habido una época en que el clima era sumamente frío; pero, poco a poco, ha ido transformándose artificialmente el clima natural de esas ciudades.

Sabed que al hombre, como al hierro, hay que pedirle las cosas en caliente, porque pasados en uno el entusiasmo amoroso, y la incandescencia en otro, quedan fríos y duros, y a nada se prestan. Sin embargo, hay hombres de hombres. Don Juan se quitó de la boca el mango de pluma y escribió con letra clarísima cinco mil pesetas.

Sus mares sólo contenían peces. Eran hombres fríos, de pocas palabras, económicos, amigos del orden y de la jerarquía social. Su sobrino adivinaba en ellos el coraje del hombre de mar, pero sin jactancia ni acometividad.

Podía haber dejado á su hija una fortuna inmensa; pero el minero era hombre de acción más que de administración, y se gozaba en emprender cada año un nuevo negocio, abandonando los mejores provechos de los anteriores á los consocios fríos y marrulleros que quedaban á sus espaldas.

Todo, pues, había concluido... nada había que hacer ya... Su muerte nos arrebata un verdadero genio en el arte de inventar grogs, ponches y cherry gobblers, fríos o calientes. Cuando uno se paseaba con él por el campo, les aseguro, señores, con sólo ver su manera de sorber el aire, se podía estar seguro de que acababa de tener una inspiración.

El joven miró á doña Clara pálido, temblando, extendió hacia ella los brazos, cayó de rodillas y lloró. Al amanecer se abrió la puerta del aposento de doña Clara. En el mes de Noviembre amanece muy tarde y los amaneceres son nublados y fríos.

Pasé allí una semana de hermosos días fríos y severos, en medio del monte, casi despojado de hojas, contemplando horizontes que, si no me hicieron olvidar los de Trembles, no me permitieron echarlos de menos, tan hermosos eran, y que parecían destinados, como grandioso cuadro, a contener una existencia más robusta y luchas mucho más serias.

Hablaba con los conocidos, sonriendo a todo el mundo con su especial modestia, que le hacía más extraño que simpático en una sociedad donde los modales fríos y levemente desdeñosos son signo de elevación y grandeza. Vivía el joven entomólogo, desde hacía tiempo, en un delicioso aturdimiento, una especie de sueño de oro, como algunas veces suelen tenerlos las personas de condición más humilde.