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Un tribunal de Filipinas tiene más bambalinas, bastidores y telares que el mejor provisto teatro, y hay Gobernadorcillo que se reiría de compasión al enterarse de lo atrasados que en esta materia están los anfitriones de Fornos. ¡Si ellos tuvieran un Fornos qué no harían! El Alcalde había vuelto á sus respectivas bangas todos los canutos, diciendo con voz solemne.

Tuvo amantes que le dieron cierta popularidad, caballos famosos, alborotó en los entresuelos de Fornos, fue íntimo amigo de un torero célebre y jugó fuerte. Tuvo un duelo, pero fue a espada no como él se lo había imaginado, tendido en el suelo, la pistola en la diestra , y salió del lance con un pinchazo en un brazo; algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante.

Ramoncito, entregado también a sus melancolías, limpiaba con el pañuelo el cristal de la ventanilla para sumergir la mirada en las calles solitarias y en el cielo poblado de estrellas. Cuando llegaron a Fornos vieron el coche de la Amparo, en espera. Llegamos un poco tarde. Nos va a sacar los ojos esa tía dijo Castro apresurándose a entrar.

«... Vos doy e conçedo los diezmos de mi almoxarefadgo, alguacilado de las quintas salinas e mi tienda, e de todos los réditos que tengo en Córdoba, a vos fago donacion de dos fornos e aquellas dos aceñas que fueron de Ordoño Alvaro, e vos doy quinientas aranzadas de viña e cien aranzadas de huerto e la tercera parte de todo mi olivar, etcPrivilegio citado.

Había que dejarse ver de las gentes, frecuentar las tertulias de Fornos, visitar algunas redacciones, callejear con ciertos amigos noctámbulos que podían ayudarle. El la amaba como siempre; pero se debía a la literatura y al público. Una noche asistió a un banquete en honor de un compañero que acababa de publicar un tomo de versos.

Me parece, no obstante, que había más sinceridad en ellos que en el soneto del Sr. Grilo a las cataratas del río Piedra, aunque, por supuesto, mucha menos fantasía. La lluvia no cesaba. Con todo, se fue debilitando de tal modo, que ni para la salud ni para el sombrero había gran peligro en salir y llegar hasta Fornos.

Había vivido aquélla maritalmente durante algunos meses con un amigo suyo, «compañero de la prensa»; luego la había encontrado de corista en un teatro por horas y en varias fiestas nocturnas o matinales en los entresuelos de Fornos y en las Ventas.

Las noches las pasaba en Fornos, en una mesa de futuros genios, todos tan ignorados como él, pero convencidos de que darían que hablar mucho a la Historia. Algunos de ellos eran más jóvenes que Maltrana.

Además, ella no pedía ninguna catástrofe, ningún duelo a muerte; contentábase con un poco de ruido, un duelo de mojiganga como tantos otros: cruzar un par de tiros e irse después a almorzar en Fornos... Ella se encargaba del almuerzo y haría poner, desde luego, écrevisses

Se comenzó a comer sin mucho ruido; todos se esforzaban en decir chistes. Joaquinito se burlaba del servicio y hablaba de Fornos... y de La Taurina y el Puerto, donde se cenaba por todo lo flamenco.