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En la sacristía, guarnecida en derredor de cómodas, cuya parte superior formaba una mesa prolongada, los cajones estaban abiertos y vacíos. En ellos se guardaron antes las albas de holán guarnecidas de encajes, los ornamentos de terciopelo y de tisú, en los que la plata bordaba el terciopelo; el oro, la plata, y las perlas, el oro.

El hombre alto sentado junto a éste, dormía con el brazo pasado por la colgante correa, y apoyada la cabeza en ella, formaba como un objeto fofo e indefinible, parecía que se hubiese ahorcado a propio, y le hubieran cortado la cuerda que le había servido de instrumento.

El director de La Monarquía era un mocetón robusto, de treinta y cuatro a treinta y seis años de edad, cuya figura formaba triste contraste en aquella ocasión con la delicada y exigua de Rivera. Sin embargo, a los pocos momentos comprendió éste que no se las había con un tirador consumado.

Esta magnífica armazon, de veinte y dos codos de altura hasta su remate, daba su nombre á la parte de fábrica que ocupaba, mas magnífica aun que su contenido y que el nuevo trozo de la nave central que iba desde la antigua hasta la moderna quibla, que era rico en sumo grado por las labores y dorados de sus capiteles y pilastras . La fábrica en que se armaba la Maksurah propiamente dicha formaba en su planta un gran rectángulo partido en tres, casi cuadrados, sobre los cuales se levantaban tres domos bizantinos de peregrina esbeltez.

Procura apartarlos, hija, adelantando un poco el cuerpo. Dale un codazo á ese animal. Ya es imposible andar. ¡Buena la hemos hecho! La multitud apiñada que los precedía formaba allí una barrera infranqueable y tuvieron que detenerse. Algunos arqueros ingleses repletos de cerveza se fijaron en la extraña pareja y empezaron á examinarla con curiosidad.

Tal pensamiento desgarraba el corazón del pobre sacerdote. Para él, todo ésto, hacía treinta años que era un conjunto, formaba un solo cuerpo. También eran casi su propiedad, sus bienes aquellos dominios. Se sentía en su casa en las tierras de Longueval.

Amparo, y otras dos o tres del taller de cigarrillos, rendidas de calor y ahítas de comida, se habían tendido en una pequeña explanada, que formaba el glacis de la fortificación, adoptando diversas posturas, más o menos cómodas.

Pero ahora que todo objeto había desaparecido, aquel hábito de esperar el dinero y de recibirle con el sentimiento del esfuerzo cumplido, formaba un suelo bastante profundo para recibir las semillas del deseo; así fue que Silas, al volver a su casa a través de los campos, durante el crepúsculo, sacó el dinero de su bolsillo y le pareció que brillaba más en la obscuridad creciente.

Formaba parte del pequeño número de escritores discretos que nunca son conocidos más qué por el título de sus obras, cuyo nombre alcanza fama sin que ellas salgan de la sombra, y que pueden desaparecer o retirarse del mundo sin que el público, que no se comunica con ellos más que por sus escritos, llegue a saber lo que de ellos ha sido.

Poco a poco se iba desprendiendo el buen Ido de la masa de gente que formaba la tertulia, retirándose de silla en silla, hasta que Maxi le vio en la mesa más lejana, ensimismado, los codos sobre el mármol y la cabeza en las palmas de las manos.