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Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.

Con estas disposiciones se forjaron tantas mentiras, y se formaron espedientes para acreditarlas. Los casos mas inverósimiles, los sucesos mas extraños, las declaraciones evidentemente falsas y absurdas, encontraban siempre testigos, y un escribano para certificarlas. El que quisiera recopilar estos embustes, formaria una obra voluminosa, y talvez divertida.

-Dios los remedie -dijo el cura-, y estemos a la mira: veremos en lo que para esta máquina de disparates de tal caballero y de tal escudero, que parece que los forjaron a los dos en una mesma turquesa, y que las locuras del señor, sin las necedades del criado, no valían un ardite. -Así es -dijo el barbero-, y holgara mucho saber qué tratarán ahora los dos.

Pero si nos empeñamos en creer punto menos que invencibles á los mulatos y negros insurrectos y en que se acabó ya la sustancia de que en España se forjaron en otras edades los ilustres guerreros, ni el Gran Capitán que resucitase y fuese por allí atinaría con una inspiración dichosa, ni haría algo de provecho, mientras que con fe tal vez bastaría un clérigo como el licenciado Pedro Lagasca, ya que no se puede suponer que ni Maceo ni Máximo Gómez valgan más que Gonzalo Pizarro.

Los comentarios que se hicieron, infinitos. Se forjaron mil hipótesis sobre el caso. Ni faltaba tampoco quien supusiera que D. Álvaro y su esposa hacía tiempo que mantenían correspondencia, y que era ella quien resistía venir a visitarle hasta la hora presente.

Después de varias conferencias se convino en llevarlo a un manicomio de Carabanchel. Para efectuarlo sin violencia forjaron, como suele hacerse en tales casos, una comedia. Miguel Rivera fue el inventor de ella.

De dos en dos, á un punto, concertaron, Que acudan á herir á cada uno De aquellos mas valientes que forjaron Aqueste rebelion tan importuno: Y todos juramento se tomaron Sobre un libro misal, muy de consuno, De morir, ó matar con propias manos Al bravo Venialbo, y los tiranos.

Idéntica explicación había hecho a don Adrián, por encargo de Leto, al pedirle ropa con que mudarse éste; pero don Adrián lo creyó a puño cerrado desde luego, y no pasó más allá de lamentar el caso, dar a Cornias el equipo que le pedía, y rogar a Dios en sus adentros que no ocurrieran cosas semejantes cuando fuera en el balandro la señorita de Peleches, de la cual nada había dicho el mensajero de Leto al boticario; mientras que los pescadores, con más datos a la vista y mayor experiencia que don Adrián en achaques de aquel género, y maliciosos de suyo, se forjaron el lance a su capricho; y dándole por cierto, le narraban diez minutos después, con minuciosos detalles, en la taberna de Chispas, delante de varias personas, entre ellas la criada de don Eusebio Codillo que iba en busca de la media azumbre diaria de clarete que se bebía en la casa entre los seis de familia.