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El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» en los jardines del Casino. Una leyenda para periódicos. No existía. Cuando se mataban varios en un mismo banco, la administración lo hacía cambiar de sitio inmediatamente. También era una exageración folletinesca lo de la abundancia de suicidios: dos ó tres por año nada más.
¡Qué leyenda estúpida! exclamó Maltrana . Al vulgo le place ver los personajes históricos a su gusto, como héroes de novela folletinesca que arrostran toda clase de asechanzas para que al fin triunfe su inocencia en el último capítulo.
Su vida era una verdadera novela folletinesca, con encuentros de fieras y de bandidos. Y no obstante su pasado enérgico, permanecía horas enteras en el sillón, anonadada por una fatiga sin causa. Descender al camarote era empresa que le hacía reflexionar largamente, acabando por pedir que la sustituyese una de sus amigas.
Una bella noche de luna paseábamos por las calles, fragantes de primavera. Fantomas exhaló un sollozo romántico: ¡Qué noche tan hermosa para robar! Lo del maillot y el gorro con borla es una invención de la fantasía folletinesca de la policía. Yo no robo en traje de etiqueta y zapato de charol.