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Ha conocido a Florián y a Andrés Chénier, a Demoustier y a Madama de Stael, a Bertin y a Chateaubriand; ha rendido homenaje a madama Tallién, a madama Récamier, a la princesa Borghése, a Josefina, y a la duquesa de Berry. Ha asistido al encumbramiento de Bonaparte y a la caída de Napoleón.

Y siéndolo ¿venís de las aulas de Oxford ó de las de París? Algo he estudiado, contestó Roger, pero no en esas grandes universidades, sino con los monjes del Císter, en su convento de Belmonte. ¡Bah! poco y malo probablemente. ¿Qué diablos de enseñanza pueden dar allí? Non cui vis contingit adire Corinthum, observó Roger. ¡Toma y vuelve por otra, hermano Florián!

Una tarde encuentro a Pombo en la calle Florián y entre la charla, le digo que padezco de insomnio, que no si el aire de la altura me quita el sueño, etc. «Yo he tenido un amigo, el señor Guerra, que sufría también de eso; pero se curó... ¿con qué? No me acuerdo.

Pero eso es parte de mi argumentación, el esfuerzo final, la peroratio, que dicen los oradores. Porque amigo Florián, siendo cosas las ideas, como lo acabas de dejar muy bien sentado y probado, no tienes más que pensar ó idearte un par de arenques rollizos y conjurar un frasco de leche de dos azumbres, con lo cual quedará tu estómago tan satisfecho y tan campante. ¿Con que esas tenemos, eh?

No pudo sufrir esto Andrés Florián, valerosísimo caballero español, y respondió luego con otro tiro semejante, de que derribó en tierra á Antonio Ferraez de Araujo, y sacando su puñal arremetió á Manuel Frías y le mató á puñaladas, quedando al primer paso muertos los dos capitanes enemigos.

La intriga se arma en la calle Florián, preguntando a éste y a aquél, si están invitados a la tertulia en casa de X... y cuando llega la hora del Altozano, toda la cachaquería no habla de otra cosa. Al fin, la especie llega a oídos de la víctima elegida, que, si es hombre de buen gusto, sonríe e invita.

Una tarde, al despedirse, le dijo: «¿Sabe usted que el sombrero Florián no me va bien? A usted le caería perfectamente. Se lo voy a mandar». Y se lo mandó. Otro día hablaron de vestidos, con más calor. «El de pelo de cabra, que tengo a medio hacer no me gusta. Se lo enviaré mañana... Como usted ha de ir forzosamente a baños con su marido, puede usarlo allá... No, no me lo agradezca usted.

Aquella actitud soberana de Voltaire, sus vestidos, su porte, en fin, y sus palabras, quedaron impresas en su memoria de niña, como quedan los seres antidiluvianos sobre las piedras que forman las montañas. Dalembert, Laclos, Mme. de Genlis, Buffon, Florián, el historiador inglés Gibbon, Grimm, Morellet, M. Necker.

Figúrese usted... un Florián de paja de Italia, adornado de flores del campo y terciopelo negro... Aquí, a un ladito, tiene una aigrette con pie negro colocada así, así... Por detrás velo negro que cae sobre la espalda... Pero piden por él un ojo de la cara». Salieron juntas y entraron en el coche, que esperaba en la puerta del Príncipe. Milagros charlaba sin fatiga.

Las quatro partes enteras de la Coronica de España que mandó componer el Serenissimo Rey don Alonso llamado el Sabio... Vista y emendada mucha parte de su impression por el maestro Florian Docampo, coronista del Emperador Rey nuestro Señor. En Valladolid, por Sebastián de Cañas. Año de 1604, f. 3247.