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Flora con la cabeza baja también y el rostro ceñudo enredaba con su delantal haciéndole pliegues. Al cabo de largo rato, sin levantar los ojos y conmovido, habló el mancebo de este modo: Bien lo veo, Flora; bien lo veo hace tiempo. Para ti yo no soy nada; soy menos que una castaña pilonga ó que una cereza negra.

Pues ¿qué ha dicho? Ayer mismo me dijo: «Si yo faltara pronto me olvidaríais, hasta papá: el cariño no es tan mentira como el amor, pero también es un sentimiento terrenalFlora siguió hablando largo rato, don Gaspar la escuchó sin poder disimular la pena que se le asomó a los ojos, y luego murmuró tristemente: ¡Veremos!

¡Madre! ¿Es algún gato Jacinto que se trae y se lleva en una cesta? respondió Flora enseñando para reir las perlas de sus dientes. Si no lo es, alguna vez quisiera convertirse, aunque no fuese más que para saltarte sobre el regazo. ¡Calla, tonta! Pronto le diría ¡zape!

El joven se sentó enfrente de los viejos al otro extremo de la cocina en una tajuela dejando en el medio el lar sobre el cual ya no había fuego. Flora después de vacilar un poco vino á sentarse á su lado. ¿Habéis metido ya toda la yerba en la tenada? preguntó el tío Lalo. Está toda dentro desde el miércoles. ¿Mucha? Poca, poca. Nuestro terreno es de secano y este año ha caído poca agua. Verdad.

Toda la tarde me han picado las moscas. ¿Es que yo soy una mosca, Flora? No, eres un moscón; no picas pero zumbas, zumbas sin cesar y me mareas. ¿Quieres entonces que me esté callado? , estate calladito y no me digas las simplezas que me ensartaste el día pasado en Rivota. Jacinto bajó la cabeza y permaneció en pie y silencioso. Su rostro terso de adolescente expresaba profunda tristeza.

Flora también quedó silenciosa al cabo. Ambas prosiguieron un buen rato su tarea sin decirse palabra. Al cabo aquella levantó la cabeza y sonriendo maliciosamente exclamó: ¡Si será verdad lo que dijo la tía Rosenda, la noche de la lumbrada! Demetria ya no se acordaba; la miró sorprendida.

No sabía qué era, pero lo había, ¡vaya si lo había! En su consecuencia determinó acomodarse mejor al giro de los sucesos, capear el temporal y ver en qué paraba aquello. Desde entonces no sólo prescindió de todo gruñido irrespetuoso con Flora, sino que procuró, sin arrastrar su dignidad por los suelos, con algunos adecuados meneos de rabo, hacer olvidar su desmán.

Allí cerca, en la despensa, gallinas, pichones, anguilas monstruosas, jamones monumentales, morcillas blancas y morenas, chorizos purpurinos, en aparente desorden yacían amontonados o pendían de retorcidos ganchos de hierro, según su género. Aquella despensa devoraba lo más exquisito de la fauna y la flora comestibles de la provincia.

Puede considerarse como la primera parte de El faetonte. Clímene, hija de Admeto, se cría en un desierto por miedo á un oráculo. Apolo es enviado por Júpiter á esta región. Enlázase con esto el amor de Elytia á Apolo, de las Metamorfosis, de Ovidio, IV, 256, y el paseo de Céfiro con Flora, de los Fastos, del mismo Ovidio, V, 195. Los tres mayores prodigios.

El reloj de la historia señaló con campanada, no por todos oída, su última hora, y realizose en España uno de los principales dobleces del tiempo. Atención, que van a leer el papelito. D. Manuel Luxán leyó. ¿Se ha enterado usted, amiga doña Flora? ¿Acaso soy sorda? Ha dicho que en las Cortes reside la <i>Soberanía de la Nación</i>. Y que reconocen, proclaman y juran por rey a Fernando VII...