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-Cismáticos queréis decir, amigo -dijo el barbero-, que no flemáticos. -Así es -replicó el ventero-; mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y dese Diego García, que antes dejaré quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros.

En efecto, la noticia de haberse encontrado pasquines subversivos en las puertas de la Universidad, no solo quitó el apetito á muchos y trastornó la digestion á otros, sino que tambien puso intranquilos á los flemáticos chinos, que no se atrevieron á sentarse en sus tiendas con una pierna recogida como de costumbre, por temor de que les faltase tiempo de estenderla para echarse á correr.

Pero Batiste tenía la cólera firme de los hombres flemáticos y cachazudos, que cuando pierden la calma tardan mucho á recobrarla. ¡A regar! ¡á regar! Y Batistet, repitiendo alegremente las palabras de su padre, cogió los azadones y salió de la barraca seguido de su hermana y los pequeños. Todos querían tomar parte en este trabajo, que parecía una fiesta.

Así, todo el mundo á bordo tuvo de qué hablar con interes, y los flemáticos Ingleses se dieron á sus cavilaciones sobre torys, whigs y radicales, con la calma que le es característica. Entre tanto un variadísimo cuadro de costumbres, perfectamente cosmopolita, se desarrollaba en los escotillones, los salones y el extenso puente del Paraná.

Los tres artilleros estaban junto al cañón, tranquilos y flemáticos, llevándose una mano á los ojos para ver mejor el punto casi invisible que les señalaba su capitán... Ninguno de ellos reparó en la inclinación que empezaba á tomar la cubierta lentamente.

Varios soldados británicos, serenos y flemáticos, pidieron, al subir, una pipa, y empezaron á fumar con avidez. Otros náufragos, ligeros de ropa, se limitaban á envolverse en una manta, iniciando el relato de la catástrofe minuciosa y serenamente, como si estuviesen en un salón.

-No hacen -respondió el barbero-, que también yo llevallos al corral o a la chimenea; que en verdad que hay muy buen fuego en ella. -Luego, ¿quiere vuestra merced quemar más libros? -dijo el ventero. -No más -dijo el cura- que estos dos: el de Don Cirongilio y el de Felixmarte. -Pues, ¿por ventura -dijo el ventero- mis libros son herejes o flemáticos, que los quiere quemar?