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Lacour y su amigo pensaban con nostalgia en las carreteras flanqueadas de árboles, en la marcha al aire libre, viendo el cielo y los campos. No daban veinte pasos seguidos en la misma dirección. El oficial, que marchaba delante, desaparecía á cada momento en una revuelta. Los que iban detrás jadeaban y hablaban invisibles, teniendo que apresurar el paso para no perderse.

Marcábase en la ancha calle de Bravo Murillo la interminable hilera de postes eléctricos: una fila de cruces blancas flanqueadas de arbolillos, y en el fondo, sumido en una hondonada, Madrid envuelto en la bruma del despertar, con los tejados a ras del suelo y sobre ellos la roja torre de Santa Cruz con su blanca corona.

Pocas lunas mas, y los muros interiores, las soberbias columnatas de gallarda é inusitada forma , las elegantes hileras de dobles arcos sostenidos en corintios capiteles, los anchurosos pórticos, la hermosa fachada de once atrevidas puertas, las riquísimas portadas laterales flanqueadas de recamados ajimeces, la incomparable techumbre, en fin, de madera incorruptible labrada y pintada, quedarán terminados; pocas lunas mas, y la hotba por la salud de Abde-r-rahman leida al pueblo desde el mas lujoso mimbar del Occidente, se repetirá por mas de doce mil creyentes á una voz, ahogando con las vibrantes oleadas de la inmensa y atronadora deprecacion los vergonzantes himnos de los vencidos Nazarenos.

Es aquella una de esas angostas ventanas de montante, labradas como confesionarios en lo hondo de un muro, y flanqueadas por poyos de piedra donde duerme el gato y suele la abuela hilar su copo. Dos mujeres velan el cadáver: La una, alta y seca, con los cabellos en mechones blancos y los ojos en llamas negras, es sobrina de la muerta y se llama Doña Moncha.

Sus murallas medio arruinadas, flanqueadas por algunos torreones; sus iglesias antiquísimas y muy notables por su arquitectura romana y gótica; sus jardines y huertos interiores, contrastando con las asperezas del terreno y con las fábricas, tenerías y muchos establecimientos industriales, le dan un aspecto muy curioso.

Eran calles en pendiente, formando rellanos, flanqueadas de casas estrechas y altísimas. Todos los huecos tenían balcones, y de una baranda á la de enfrente se tendían cuerdas, empavesadas con ropas de diversos colores puestas á secar. La fecundidad napolitana hacía hervir de gentío estas callejuelas.