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El cielo se había calmado, los amarillos nubarrones habían desaparecido: coloraciones rosadas, y verdes, purísimas, iluminaban el occidente. El Príncipe continuó: El rencor, el odio, la envidia, la concuspicencia, todas las miserias que habían formado mi vida, se me aparecieron por fin bajo su luz sombría.

Sin previo saludo ni la más leve inclinación de cabeza, ni hacer caso alguno de su acompañante, ésta le puso la mano en el hombro, diciéndola: Tenga usted la bondad de escuchar una palabra. María Estuardo empalideció, titubeó unos instantes, y por fin dijo con firmeza y ademán orgulloso: Nada tengo que hablar con usted. A quien deseo ver es al dueño de la casa, al duque de Requena.

Imagine el pío lector qué desesperación no sería la de Mutileder cuando en seguida supo de buena tinta que Adherbal, viendo que urgía darse a la vela, y llegar pronto al Océano, para no desperdiciar la monzón, favorable entonces a los que iban a la India, había salido en posta, con dromedarios que de trecho en trecho estaban ya preparados y escalonados en el camino, a fin de verse cuanto antes en el puerto de Aziongaber, orillas del mar Bermejo.

Es preciso, pues, llevar al Parlamento hombres de recta voluntad, de posición; hombres verdaderamente..., ¿cómo lo diré más claro?..., hombres, en fin..., contingentes, que no vayan allí a hacer su propio negocio, sino la felicidad de los pueblos.... Ahora bien: para que un hombre de estas condiciones eche sobre carga tan pesada, no basta la abnegación más patriótica; se necesita también el concurso de los demás hombres que como él piensan.

En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros.

Respondía con la misma sonrisa protectora a cuanto se le manifestaba, y repetía sin cesar frases de agradecimiento y amistad. Convencido al fin de que era inútil insistir, el insigne cuanto atribulado don Rosendo, fué con el mismo Duque y su secretario a ver las habitaciones de la fonda de la Estrella, la única decente que había en la villa. Alquilaron todo el piso principal.

Por fin entró Ayestarain, y Luis María salió, dejándome sobre la mesa el paquete de cigarrillos, pues se me habían concluído. Mi ex condiscípulo me contó entonces lo que en resumen es esto: Cuatro o cinco noches antes, al concluir un recibo en su propia casa, María Elvira se había sentido mal cuestión de un baño demasiado frío esa tarde, según opinión de la madre.

¿Mis alhajas? observó la otra vacilando primero y asegurándose al fin . No son mías. Son de él, de Maxi, que las desempeñó. Se las dejo todas. ¿De modo que no se lleva usted más que su ropa? Nada más. Hasta el portamonedas, con el último dinero que me dio, lo dejo aquí sobre la cómoda. Véalo usted. Cogió la prudente señora el portamonedas que estaba aún bien repleto y se lo guardó. xii

Todo le interesaba al mancebo; el vestido que había llevado al baile de la embajada francesa; los menudos accidentes que le habían ocurrido en la cacería de Cotorraso; las escenas que había tenido con su marido, etc. La linda morena seguía el plan de atraer primero su atención, captarse su simpatía a fin de ponerle blando. Clementina llegó a la sala cuando más enfrascados estaban en la charla.

Clementina llegó a irritarse tanto que dejó bruscamente de ir a su casa. Volvieron a mediar cartas. No pudieron sacar más que respuestas ambiguas, vagas esperanzas. Al fin se decidieron a entablar la demanda, y comenzó un pleito que hizo estremecer de gozo a la curia. Cesó para Clementina toda felicidad.