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Venía a entregar esta niña que he recogido en la calle... y al mismo tiempo a hablar con don Pedro o con usted cuatro palabras. Al proferir esta última, la voz del barón se alteró de un modo perceptible. ¿No me conoce usted? añadió, viendo que la dama le miraba fijamente sin contestar. En los pueblos casi todos se conocen, sobre todo las personas de viso, aunque no se traten.

Todas las ideas que le habían seguido hasta allí eran ilusiones y se desvanecían, dejándole confuso enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía dudas. Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con dureza. Alicia habló como si hubiese venido para un negocio con una persona poco grata y quisiera terminarlo cuanto antes, viéndose libre de su presencia.

¿Habéis oído, viejo? continuó el herrador, que comenzó a darse cuenta de que no se había portado de una manera digna de él y a la altura de la situación . No sigáis mirando fijamente a las personas y no gritéis más, porque, si no, vamos a haceros maniatar como a un insensato. Por eso fue que no hablé en seguida, diciéndome: este buen hombre está loco.

Su mirada recorrió aquel brazo hasta el hombro, hasta el cuello, hasta el blanco rostro que sonreía fijamente. Sostenido por los dos brazos de su padre, se levantó. Vacilaba sobre sus piernas, como un toro que ha recibido un hachazo. ¡Por Dios, hijo mío, vuelve en ti! exclamó el anciano tomándolo por los hombros. La desgracia se ha consumado. Somos hombres, tenemos que resignarnos.

Así, cuando la tormenta pasa, el gaucho se queda triste, pensativo, serio, y la sucesión de luz y tinieblas se continúa en su imaginación, del mismo modo que cuando miramos fijamente el sol nos queda por largo tiempo su disco en la retina.

Permaneció mucho tiempo mirando fijamente aquellos colosos de argamasa, hasta que por fin se dio cuenta de que algunos chicuelos del barrio formaban círculo en torno de él, contemplándolo con curiosidad, tomándole, sin duda, por uno de esos viajeros que para el vulgo han de ser forzosamente ingleses.

No respondí con voz un poco vacilante. Máximo me miró fijamente como reflexionando. Después dijo de pronto: ¿Son cartas de usted que se le devuelven? Esta vez respondí con resolución: Menos todavía. Máximo me cortaba el paso con insistencia y yo temía que, a fuerza de preguntas, me hiciese hablar más de lo que debía. No me pregunte usted, porque no sabrá nada.

El tío Goro suspendió la lectura y miró á su mujer con ojos severos, donde se traslucía la emoción con trabajo reprimida. Nolo se había puesto pálido y miraba al suelo fijamente. Bueno... basta, mujer... Al cabo siguió la lectura. «...porque siempre deseaban verme gorda. Pues sabrá, madre, cómo las señoras me han traído á un colegio, porque dicen que en casa aprendo poco.

Corrí a buscarla y le susurré en el oído: Marta, creo que ahí está. Pero ella me demostró en seguida que yo no era su confidente: me miró un instante fijamente y me preguntó, como si su espíritu estuviera lejos: ¿De quién quieres hablar? ¿De quién? Pues del primo, naturalmente. ¿Y por qué me dices eso tan misteriosamente?

No dijo Rosalía con viveza, lastimada de oír el nombre de su marido . Esto es cosa mía exclusivamente. Ni hay para qué enterar a Bringas de nada... ¡Oh!, es cosa mía, mía... ¡Ah!... ya murmuró Refugio, mirándola otra vez fijamente en el entrecejo. Rosalía advirtió que después de observarla, la maldita revolvía de nuevo en el costurero... ¿Se ablandaba al fin y sacaba los billetes?