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Pero no; Plutón se contentaba con dirigirle largas miradas entre codiciosas y burlonas sin dirigirle la palabra. Una vez, sin embargo, al asomarse al corredor por la noche, creyó ver en la calle relucir unos ojos entre las tinieblas, mirándola fijamente. Se retiró con presteza y en toda la noche no pudo conciliar el sueño.

Vaya, vaya con el señor conde, ¿qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca?... ¿Qué le habremos hecho nosotros para que así nos aborrezca? El cura de la Segada tenía por costumbre repetir dos, tres y hasta cuatro veces la misma frase, mirando fijamente al interlocutor, y abriendo desmesuradamente la boca para reir y también para dejar ver unos enormes y desvencijados dientes.

Y la viuda, al llegar a esta conclusión, le miraba fijamente, dándole a entender que en él estaba la solución. Hay que buscar el dinero, mamá. Podía usted hablar coa doña Clara, esa amiga que, según dice el tío, es la arregladora de todos estos enredos. ¡Doña Clara...! ¡valiente apunte! Hijo mío, , como eres tan buenazo, no conoces a las personas.

Ante el absorto padrino y su hija María de la Luz, que le miraba fijamente con sus ojos de brasa, el muchacho sacaba a puñados las monedas de oro, las libras inglesas, como si fuesen ochavos, y acababa por extraer de las alforjas algún pañuelo vistoso o puntilla complicada, para hacer regalo de ello a la hija del capataz.

A horcajadas sobre una ventana, fumando su larga pipa, se divertía en seguir con la vista la dirección de los espesos torbellinos de humo que lanzaba gravemente o en mirar fijamente la rápida estela del navío, apresurando con sus deseos el momento en que volvería a ver Francia.

Me había impresionado, no obstante, su cuento, y al fin, por hablar algo, y en tono distraído, le pregunté: Mucho lo habrá V. sentido, ¿no es verdad? ¡Pues no lo había de sentir!... ¿Para qué he de engañarle a V. caballero? me contestó mirándome fijamente. ¡No lo había de sentir, si era mi padre!... Quedé estupefacto.

Sus meditaciones y estudios le habían permitido sondear el grande y temerario problema de nuestro destino total. «¿A dónde vamos a parar cuando nos morimos? Pues volvemos a nacer: esto es claro como el agua. Yo me acuerdo decía mirando fijamente á su amigo y turbándole con el tono solemne que daba á sus palabras, yo me acuerdo de haber vivido antes de ahora.

Después dijo: No; aún se me pasa más de prisa al lado de ustedes. ¿Más que en casa de tía Clementina? preguntó la niña en un tono inocente que hacía dudar de su intención. Castro se puso serio y la miró fijamente. Sus relaciones con la hija de Salabert se habían mantenido hasta entonces bastante secretas. El que se descubriesen en casa de la hermana del marido, le inquietó.

Ella, puesto un dedo en el gatillo, le contempló fijamente. Se adivinaba su familiaridad con el arma que tenía en la mano. No debía ser la primera vez que la sacaba á la luz. La indecisión del marino fué breve. Con un hombre, su garra se hubiese apoderado de la mano amenazante, torciéndola hasta romperla, sin que le inspirase miedo el revólver.

Se dirigió hacia el indio salvaje y le miró fijamente al rostro, hasta que el indio tuvo conciencia de que se las había con un sér más selvático que él mismo.