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En hora buena dijo el gitano ; hablemos un poco, porque eres , mi buen amigo, el que vas a enviarme a la eternidad. ¡Hermosa profesión la tuya! haces lo que Dios no podría hacer: a una hora fija, en un punto dado, apagas una vida como se sopla una vela. Lo cierto es, hermano, que esto no dura mucho más respondió el verdugo sonriendo.

Por distinto concepto se fija la atención en otra sentencia que le sugiere el lujo: «Más quieren las mujeres parecer y ser malas, que no pobres.» ¡Las mujeres! Pues ¿y los hombres? ¿Y el autor? ¿No ofrece él mismo materia para dudar de la sinceridad de las declamaciones, entendiendo que, sitiado por hambre, no estaba todavía rendido?

Mas, en tanto que la mayor parte de los medicamentos que tienen una accion de duracion mas larga, mas fija, mas permanente, mas profunda, desarrollan las dos acciones lentamente, con regularidad y segun el grado de sensibilidad del organismo; el alcanfor, sustancia muy volátil, cuya accion es de duracion corta, efémera, las desarrolla rápidamente y con poca regularidad.

Valeria se propuso aprovechar las cualidades de ambos, y entre tanto, poseída por su idea fija, procuró ver poco a los niños; lentamente fue desentendiéndose de ellos; casi no les miraba, mostrando una fuerza de voluntad increíble.

No hay un punto céntrico seguro, hacia el cual se encaminen los diversos ensayos, ni norma fija y regla artística inmutable á que atemperarse.

Se dice: Dios no puede querer el mal moral; esta proposicion aunque negativa, lógicamente considerada, es en el fondo afirmativa. Dios no puede querer el mal moral, porque su voluntad está invariablemente fija en el bien, en aquel tipo sublime de toda santidad que contempla en su esencia infinita. La impotencia para el mal moral es en Dios una infinita perfeccion de su santidad infinita.

Tenía mesa puesta a hora fija, cama limpia en sitio fijo también, y la seguridad de que ni la una ni la otra sufrirían zarandeo o zozobrarían, según el vaivén de los negocios. Ya no le aquejaba a Belarmino la congoja del mañana.

Algo así pensaban los habitantes de la ciudad de Heidelberg cuando el gran Emmanuel Kant cruzaba de paseo con su paraguas bajo el brazo. Y si le hallasen sentado en un banco frente al Estanque grande, inmóvil, con la mirada fija, tal vez imaginaran que aquel hombre no pensaba en nada. Y así era, en efecto.

Lo era, en efecto, con toda la fuerza del término, y, como un soldado que sube valientemente al asalto, iba derecha a su objeto, sin mirar a derecha ni a izquierda, con la vista fija en esta querida divisa para todo el que tiene el culto del honor. «¡Haz lo que debes

Y el tío Manolillo se paseaba iracundo, terrible, á lo largo de la estancia, con ese paso igual, sostenido, terrible del león enjaulado. Dorotea tenía una mano apoyada en la mesa, en la otra mano apoyada la barba y la mirada fija, profundamente fija, en la pera que tenía el lazo rojo y negro. Hubo un momento en que se estremeció de pies á cabeza y cerró los ojos.