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Su sorpresa aumentó más todavía cuando apareció la visitante: era Adriana. Lucía, que no había cesado de acariciar la cabeza de Muñoz, se levantó enrojeciendo, mientras él clavaba la mirada, fijamente, en la figura de Adriana. Esta demostraba una extraordinaria agitación. Procuraba sonreír. ¡Ya ve, Muñoz, que no lo olvidan! exclamó Lucía.

Digo de verdad que vi al hombre dar vueltas alrededor, como perro que se quiere echar; hacíase más cruces que un ensalmador, y fuese diciendo: ¡Jesús!, pensé que era él. A quien bueyes ha perdido..., etc. Yo moríame de risa de ver la figura de mi amigo. Entróse en un portal a recoger la melena y el parche, y dijo: -Estos son los aderezos de negar deudas.

El Caballero del Bosque, que de tal manera oyó hablar al de la Triste Figura, no hacía sino mirarle, y remirarle y tornarle a mirar de arriba abajo; y, después que le hubo bien mirado, le dijo: -Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo den; que, después de haber comido, yo haré todo lo que se me manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquí se me han mostrado.

Si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que, con acabar mi vida, habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte, El Caballero de la Triste Figura.

Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio:

Habría sido apuesto y galán el señor de las Cuevas en sus tiempos juveniles; porque hoy, a los setenta y cuatro años, es un hombre brioso, erguido, de vivos y penetrantes ojos, nariz aguileña, noble y descubierta frente. Toda su figura anuncia energía y decisión.

Retumbaban todavía en mis oídos las pisadas y le floriture del atolondrado, cuando se abre violentamente la puerta, y la señora de H *, y en persona, con los ojos encendidos y toda fuera de , se precipita en la habitación. ¡Don Fernando! A su voz salió uno de los prestamistas, caballero de no mala figura y de muy galantes modales. ¡Señora! ¿Me ha enviado usted esta esquela?

Lord Gray abriendo los ojos, con voz débil habló así: ¡Doña María! ¿Por qué tomaste la figura de este amigo?... Si tu hija entra en el convento, la sacaré. La condesa de Rumblar se alejó con presteza de allí. Movido de un sentimiento compasivo, acerqueme a lord Gray. Aquella hermosa figura, arrojada en tierra, aquel semblante descolorido y cadavérico me inspiraba profundo dolor.

¡Mírala! ¡mírala! exclama de repente agitando su sombrero. Ese brillante carruaje tirado por dos caballos es la carroza de gala de los Felshammer, que Martín se hizo fabricar expresamente para sus bodas. En el fondo de él, la figura blanca que se apoya en uno de los lados con indolencia, mirando a su alrededor con seriedad, es ella, «la mujer del rico Felshammer», como se susurra al verla pasar.

Como obra inspiracion, nada seduce tanto como la Adoracion de Jesus: la figura de la Virgen es de una expresion de pureza y gozo celestial insuperables; y el candor, la sencillez, la sorpresa inocente de los pastores, que atisban al niño con curiosidad infantil, son inimitables.