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Me inclino, sin embargo, a creer que en mi historia, si hay alguna ficción, hay también mucho de verdad en que la ficción se funda: el grave testimonio de mi querido y erudito amigo D. Aureliano Fernández-Guerra, a quien referir no pequeña parte de los sucesos cuya narración me complazco en dedicar ahora a su inolvidable espíritu.

Con tanta frecuencia digo, porque difícilmente se alberga en un corazon el orgullo, sin que á pesar de todas las precauciones, degenere en vanidad. Aquella violencia no puede ser duradera; la ficcion no es para continuada por mucho tiempo.

De aquí la novela caballeresca, la ficción graciosa de Ginés Pérez de Hita.

El nacer de este amor, el desenvolverse y el llegar a su colmo en el alma candorosa de Margarita, son hechos meramente humanos, profundamente observados en la realidad y expresados luego con superior hermosura en la ficción dramática.

Salió, investigó, rebuscó, y la mujer aquella, visión inverosímil que había trastornado a Villalonga, no parecía por ninguna parte. ¿Sería sueño, o ficción vana de los sentidos de su amigo?

Me salió bien la cuenta. Al amparo de la ficción, detrás de mi broquel de niña candorosa, mis malicias de mujer precoz escudriñaban todo el campo de batalla y conocían hasta las intenciones del enemigo, sin que el tiroteo de su obligado tributo de lisonjas y de galanterías me causara el más leve daño con las que de ellas eran necias o impertinentes.

Como desde un principio se había renunciado al imposible, á que tiende nuestro afán escénico, que es á vestir la ficción con los colores de la verdad; como el espectador no deseaba ver ante , como si existiera, todo lo descrito en los versos; como no daba gran precio al testimonio de sus ojos, formando su fantasía el complemento de lo que faltaba á la imperfecta representación externa, podía también el poeta abandonarse á las más atrevidas ficciones, sin tener en cuenta si la escena sería capaz de figurarlas.

Nadie, amigo mío. , empero, leyendo esas mis fantasías nacidas en un suelo de azahares, en un país de ilusiones y recuerdos, retratando las desventuras de una nación desgraciada, los infortunios de altos personajes traídos a menos, a la muerte, y al vilipendio por el desdén y la crueldad de la mala suerte, sabrás distinguir la realidad de la ficción, lo que son memorias lejanas de lo que son ecos de sensaciones más inmediatas, de impresiones acaso palpitantes todavía.

Yo la he visto llorar, lectora; ¿la viste también?... Y si tuviste esa fortuna, ¿no es cierto que en ella el llanto, más que una ficción, parece un recuerdo? Acerca de todo esto, un excelso poeta, Gabriel D'Annunzio, podría referirnos una historia bien triste.

He dicho que la duda de Descartes era una suposicion, una ficcion; y cabalmente estas son las palabras que emplea el mismo autor.