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El martes era la fiesta del Catedrático y fuimos á festejarle con una orquesta, un ramillete de flores y algunos regalos... ¡Ah, carambas! exclamó Juanito, que lo he olvidado ¡qué bruto soy! Oye, ¿y preguntó por mí? Penitente se encogió de hombros. No lo sé, pero le entregaron la lista de los festejantes. ¡Carambas!... oye, y el lunes ¿qué hubo?
El orgullo no da para el mercado. ¡Ah! ¿y la de Eneene? la mayor, aquella paja larga, que anda como si la llevara el viento, pasó también, con la madre: ¡y miren lo que vale ser hija de ministro! llevaba dos festejantes de escolta, marcando el paso. Por supuesto que el coche, pagado por el Ministerio, estaría en la esquina, esperando.
Nunca siquiera nos acompaña a misa los domingos. ¡Qué raro! Ella dice, ahora, que para comunicarse con Dios no es necesario ir a persignarse en la iglesia delante de todo el mundo. ¿Y tuvo más festejantes? preguntó Adriana. Sí, varios. Pero los despreció a todos. Cuando murió mamá, es claro, ella era la mayor y tomó el cuidado de la casa. Y oye...
Al principio eso fue motivo de broma en la casa y más cuando ella rompió sus muñecas para demostrar despego por los afectos del mundo. Tuvo luego, ya desde los catorce años, festejantes que la adoraron; a todos les rechazó.
Palabra del Dia