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Así, tan luego como terminamos nuestra rápida inspeccion de Estrasburgo, tomamos el ferrocarril que corta el departamento en direccion á Paris, y seguímos la via lateral que conduce al Palatinado por Haguenau y Weissenbourg.

Dos agentes llegaron a decirle que este cojo había salido aquella misma tarde por el ferrocarril de Arganda, montando en la estación que se halla detrás de las tapias del Retiro. Inmediatamente Mario y el delegado tomaron un coche y se fueron a dicha estación.

Habíase por entonces abierto al público la última sección del Ferrocarril de Medina del Campo á Salamanca, lo cual quería decir, en términos metafóricos, que esta insigne y venerable ciudad, monumento conmemorativo de propia, acababa de ser desamortizada por el espíritu generalizador de nuestro siglo, pasando de las manos muertas de la Historia ó de la rutina, al libre dominio de la vertiginosa actividad moderna.

Mañana me iré repitió Julio, ensombrecido por este recuerdo. Pero se marchaba hacia el Sur, como todos los que huían de la guerra. En la mañana siguiente, Argensola se encargó de conseguir un billete de ferrocarril para Burdeos. El valor del dinero había aumentado considerablemente.

El país está situado entre los ríos Paraguay y Paraná, cuyas aguas se unen en Curupaití, o cerca de él, en el extremo meridional de la república, y que, junto con el Uruguay, forman el extenso estuario del río de la Plata, una de las masas de agua fluvial más notables del mundo. El único ferrocarril importante que hoy funciona en el Paraguay es el de Asunción a la frontera argentina.

Además, sentía allí ese viento exótico que parece soplar en los puertos y las grandes estaciones de ferrocarril.

El fuerte de Charenton quedó atras, y los últimos suburbios de Paris se perdían detras de las ligeras inflexiones del terreno, mientras que al oriente se desarrollaba la vasta campiña, despojada de encantos naturales pero rica en pormenores de civilización y cultivo. Al volver un recodo del ferrocarril se descubre un escenario en extremo pintoresco.

Según Castro, había pasado de moda esto de matarse en Monte-Carlo; resultaba una falta imperdonable de buen gusto; lo discreto era irse lejos y desaparecer sin ruido. Además, la policía de la casa tenía buen ojo para conocer á los desesperados, y les facilitaba un billete de ferrocarril, aconsejándoles que se matasen buenamente en Marsella, ó cuando menos en Niza ó Mentón.

Todo contribuia á seducir á los madrileños: los toros, los mil primores del Real sitio, el placer casi fantástico que produce el vuelo en ferrocarril, y aún la novedad de convertir á Aranjuez en el Versalles de Madrid. Los trenes se sucedian y los asientos no alcanzaban.

La mañana ofrecía esa dulzura exquisita que se observa en algunos días de primavera. El P. Gil advirtió al cochero que pasase cerca de la capital sin entrar y se dirigiese a la primera estación del ferrocarril, distante una legua de ella. Había resuelto tomar el tren allí para mayor recato. La estación, se llamaba la Reguera. Cuando llegaron eran las once.