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Yo también temía la presencia de algún escualo y me había provisto de un cuchillo para no dejarme devorar sin defensa. Supongo, dijo fríamente Marenval, que se habrá dado un banquete con el grueso sargento que tanto empeño tenía en fusilarme... ¡Se va usted haciendo feroz, amigo mío! Yo soy así cuando se me saca de mis costumbres... Y á propósito ¿y el buen Dougall?

Usted no le conoce, yo : ya me he informado de su carácter y de sus ideas. No sólo es un hombre extravagante é intratable, sino un fanático sin corazón, un hombre feroz, de perversos instintos y cálculos terribles. No: usted no puede seguir más tiempo en manos de ese hombre, que no es su pariente, ni su amigo: que se llama su protector, para hacer de usted una víctima de su orgullo brutal.

Imposible habría sido, aun para el más bueno, para el de mejores sentimientos de los hijos del noble, que no sintiera su pecho henchirse de feroz orgullo al contemplar todo aquel horizonte de tierras sometidas, aquel pueblo abatido, á aquellos villanos abyectos agitándose en el estiércol.

Eran negros y lucientes hasta dar en azules, levemente ondeados, no muy largos porque al pronunciar los votos la tijera había hecho feroz estrago en ellos.

Está bien; pero si no lo matas, perderás la cabeza. Al día siguiente Don Juan Bolondrón se preparó bien y salió a buscar el jabalí. Estaba tiritando de miedo. Era 30 bastante valiente para matar moscas pero no para matar jabalíes. Este día el jabalí era más feroz que nunca, porque en tres días no había comido nada. Juan empezó a pensar en el mejor modo de matar el animal.

«¿Qué buscas aquí, lombriz? me dijo en el suave tono que le era habitual . ¿Quieres aprender el oficio? Oye, Juan añadió dirigiéndose a un marinero de feroz aspecto , súbeme a este galápago a la verga mayor para que se pasee por ella».

El día en que tenga con qué pagar a esa mujer feroz, será el más alegre de mi vida... ¡Las siete ya! Quiero dormir, aunque no despierte más. Esta cama es un potro, un suplicio. Si dentro de un rato no duermo, me levantaré. No puedo estar así. En mi cabeza hay algo que no marcha bien.

El más bravo le vino a un cazador encima, a un cazador que era casi un niño, y estaba solo atrás, porque cada uno había ido siguiendo a su elefante. Muy colmilludo era el bravo, y venía feroz.

A juzgar por el blasón de los Ohandos, estos eran de una familia antigua, feroz con los enemigos. Si había que dar crédito a algunas viejas historias, el escudo decía únicamente la verdad.

Yo estaba deseando llegar a un lugar cualquiera en donde se separaran Ugarte y Allen. Al encontrarse ambos fuera de peligro, se despertó entre ellos un odio feroz. Todo cuanto uno decía le parecía mal otro. Yo intentaba apaciguarlos, pero no era fácil siempre, dada la terquedad del irlandés y la irritabilidad de mi paisano. Luchamos con vientos fuertes durante tres días.