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Ella, sin duda, prevenida o amonestada por la madre, o por ventura obedeciendo al sentimiento de coquetería que reside en toda naturaleza femenina, mucho más si esta naturaleza es andaluza, no quiso ceder a aquella tácita insinuación mía. No se apartó un canto de duro de sus compañeras mientras paseamos. Y fue en vano que las llevase al parque, pues sucedió lo mismo.

Habían pronunciado su nombre y la voz era de mujer. Quedó estupefacto. Se acercó al boquete y gritó á su vez repetidas veces: «¿Quién llama? ¿quién llamaNadie le respondió. Entonces sospechó que se trataba de una broma que algún minero quería darle imitando voz femenina. Se alejó del agujero y tomó de nuevo la guadaña. Pero en aquel instante una idea terrible cruzó por su mente.

Toda esta tropa femenina habitaba y dormía en el piso principal de la casa de campo, donde también tenían habitación el aperador, su mujer y sus cuatro chiquillos; pero éstos, tan apartados, que no se veían ni se entendían sino cuando el amo llamaba. Había, por último un mozo, que dormía junto a la caballeriza y cuidaba de ella, de los patios y corrales.

El «no» de las niñas requiere, no una comedia como el «» de las niñas, sino todo un tratado de psicología femenina. Pero hemos de contraernos a un ligero prontuario sobre la materia. Generalmente, la mujer llega al difícil trance de tener que decir «no» por culpa de ella misma.

Las había enjutas de cuerpo, con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes, contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza de los libros.

Durante todo ese tiempo, despojándose Ester de su propia individualidad, se convertiría en el ejemplo vivo de que podrían servirse el moralista y el predicador para encarecer sus imágenes de fragilidad femenina y de pasión pecaminosa.

Estas esperas, cuando iba sola, como quiera que se alejaba de la casa, no dejaban de ofrecer algunos peligros. Por más que Gonzalo se los representaba, nunca quiso hacer caso. Desde niña había mostrado siempre una extraña serenidad, nada femenina, para desafiarlos.

Al disminuir el número de hombres en las calles, la población femenina parecía haber aumentado. Las gentes se quejaban de escasez de dinero; los Bancos seguían cerrados para el pago. En cambio, la muchedumbre sentía una necesidad de gastos extraordinarios para acaparar víveres. El recuerdo del 70, con las crueles escaseces del sitio, atormentaba las imaginaciones.

Esta dulzura me enterneció, tanto más que no tenía la conciencia muy limpia, mas con una táctica eminentemente femenina me apresuré a cambiar de asunto. Era una distracción, señor cura, soy tan desgraciada. ¿Desgraciada, Reina? ¿Creéis que sea divertido tener una tía como la mía? No me pega ya, es cierto, pero me dice cosas que me apenan mucho. ¡Qué bien conocía a mi cura!

Salió entonces del centro de aquella turba femenina uno que, a no ser por la barba, hubiera podido confundirse con las mujeres. Traía pintadas las cejas de negro, de azul los párpados, a fin de que brillasen más los ojos, y las mejillas cubiertas de colorete.