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Después añadió sonriendo: Al fin llegará un día en que promulgue una ley por mi cuenta y riesgo. Si viniera Feliú y viera estos decretos hechos y firmados por mi sin consultarle.... Me parece que no los verán Feliú ni otros muchos: de eso respondo dijo Coletilla siniestramente.

Que eso es lo que conviene á nuestro plan. Excepto Argüelles, todos son muy odiados del pueblo, y no creo que exista hombre alguno á quien más aborrezcan los exaltados que el ministro Feliú.

Pero Feliú no salió; tampoco salieron de la suyas Argüelles ni Calatrava, y fué que el maldito, como notó que Su Majestad había puesto el pie sobre el papel, quiso desorientarle y no fué á la cita, avisando á tiempo á Argüelles y á Calatrava para que no fueran tampoco. ¿Y después no ha tratado usted de averiguar?

Escasos eran los recursos de Corcuera, escasísimos los de Ferrater y Méndez Núñez en Pangalungan, y exíguos ante la magnitud de la empresa los empleados por San Feliú por orden de Seriñá para la destrucción de Talayan, terror de nuestras expediciones en el río Grande, y en todos estos casos el éxito más completo coronó el esfuerzo de aquellos héroes, que antes que de sus propios intereses y de propagar prestigios aún no conquistados se ocuparon sólo de enaltecer y rendir un justo tributo al nombre venerado de la Patria.

No dijo Fernando con repentino acceso de ira; , con tu imprudente conducta, me has comprometido. Ya ves, todo el mundo sabe que eres agente mío. ¿No viste cómo con buenas palabras me lo dijo Feliú? ¡Oh, le hubiera arrancado la lengua! ¡ me has vendido! Señor replicó Coletilla con voz en que había algo de llanto, señor, traspasadme el corazón, pero no digáis que os he vendido.

No lo ; estoy rabiando por averiguarlo. Figúrese usted qué ocasión. Precisamente son los que ... Le diré á usted cómo he sabido que esos pájaros se reúnen algunas noches, no si todas las noches. Hace algunos días estaba Feliú en el cuarto del Rey. No había consejo; estaba el conde de T. contando chascarrillos. El Rey se reía mucho, y el ministro también para que no le acusaran de irreverente.

No es fácil decir si en la época en que lo presentamos era verdadero demagogo ó simplemente un absolutista disfrazado, como otros muchos. Lo cierto es que hacía alarde de las más exageradas opiniones, y sus discursos, pronunciados en Lorencini, eran elocuentes y fanáticos. Conspiró mucho con los liberales exaltados contra el gobierno Feliú, y después contra el gobierno de Martínez de la Rosa.

Después Su Majestad dijo que quería ver el decreto de la beneficencia que Feliú tenía preparado, porque estaba delante el obispo de León, y el Rey quería mostrárselo. Sacó del bolsillo su excelencia el manuscrito, y al mismo tiempo se le cayó un papel muy pequeño, sobre el cual Su Majestad, que es más ladino que Merlín, puso inmediatamente el pie.

Yo creo que el partido exaltado no es el único autor de estos desórdenes. ¿Pues quién? preguntó el Rey, que, á pesar de su cobardía, sintió en aquel momento herida su dignidad, y se puso muyencendido. ¿Quién, Feliú? Señor, yo me encargaré de averiguarlo, y propondré á V.M. los medios de darles un ejemplar castigo.

Eso no: respecto á lo que he dicho á usted, no hay que insistir. Tendrá lo que desea, más aún. Pues no espero más que las órdenes de usted. Es indudable dijo Elías, después de una pausa, que ellos se han propuesto marchar de acuerdo y destruir las pequeñas diferencias que entre ellos había. Martínez de la Rosa y Toreno se dan la mano con el ministro Feliú y con el mismo Argüelles. ¿Y qué?