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Pero cinco semanas después de esta muerte ya tenemos a Lope figurando en la comitiva de un viaje de Felipe III y la corte a Segovia, Burgos y Lerma y tratando de festejos y galanteos. Sin embargo, a principios de 1614 determinóse Lope a recibir órdenes sagradas.

Habíamos quedado en vernos en San Felipe. Pero urge, urge. Así, pues, os vendréis conmigo. ¡Sin almorzar! dijo el cocinero . ¡Yo que venía con él para que almorzase! Donde yo le llevo almorzará mejor. ¿Mejor que en mi casa? , señor; vuestro sobrino, señor Francisco, almorzará hoy mejor que el rey.

El duque, al verse solo, privado de la ayuda de Calderón, que es su pensamiento, no se ha atrevido á seguir en una senda en que Calderón le ha sostenido... esto lo sospecho yo... puede ser que Calderón, al verse herido de sumo peligro, haya sentido remordimientos, y haya revelado al duque lo que se tramaba contra él... y esto es lo más probable, por la conducta del duque. ¿Sabéis lo que ha dicho su hijo el duque de Uceda al verse arrojado del cuarto de mi hijo don Felipe á todo el que ha querido oírle?

También las mujeres pagaron su tributo á la predilección con que se cultivaba la poesía dramática, contándose entre ellas á Doña Bernarda Ferreira de la Cerda, portuguesa instruída, llamada á Madrid por Felipe III para enseñar latín á las Infantas. Hay un tomo de comedias españolas de esta señora, y la tragicomedia Los jardines y campos Sabeos, Lisboa, 1627, de Doña Feliciana Enríquez de Guzmán.

¡Pero si don Rodrigo Calderón no pasa de ser el humilde secretario del duque de Lerma!... Don Rodrigo lo es todo. Sólo tiene un rival... rival que con el tiempo le matará, si don Rodrigo no le mata antes á él. ¿Y quién es ese rival? Don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, caballerizo mayor del rey y sobrino de don Baltasar de Zúñiga, ayo del príncipe don Felipe.

Estas cosas era imposible durasen asi largo tiempo, porque ni el uno podia satisfacer su amor, ni el otro soportar tantas humillaciones y desvío, y tampoco porque las pasiones de ánimo no se pueden contener. Una escena terrible, por un descuido de Felipe, tuvo lugar.

Una división de este ejército, a las órdenes del general don Felipe Ibarra, se interna a Santiago a engrosar las fuerzas que operan por esa parte, y el excelentísimo señor gobernador de la provincia de Buenos Aires, general don Juan Manuel de Rosas, se halla situado a los confines de su territorio por el Norte con un fuerte ejército de reserva.

Aparte la perfecta imitación de lo natural, el rasgo distintivo de este lienzo es cierta mezcla de vigor y elegancia, de majestad y gallardía que hace profundamente simpático al modelo: aun ignorando quién sea el retratado, se comprende que debe de pertenecer a la categoría de mimados por la fortuna y puestos por ella en la cumbre de las grandezas sociales, alguien hecho a la magnificencia y regalo de los palacios, un poderoso a quien la felicidad ha protegido; porque continente, apostura, gesto, todo es propio de gran señor: y sabiendo que es Felipe IV de Austria, bajo cuyo cetro no hubo desgracia que no nos viniera encima ni mengua que le sacase de su culpable apatía, cuando recordamos que es aquel Rey falto de empuje para cuanto no fuese disponer fiestas y cortejar mujeres, aún es mayor el asombro que causa su imagen así trazada, porque, antes que soberano incapaz, parece padre de un pueblo a quien con su sabiduría hace dichoso.

¿A qué se refiere usted?... ¿Qué quiere usted decir? preguntó Antoñita, sorprendida y asustada. Felipe no contestó, contentándose con dirigirle una patética mirada, y salió en trágica actitud, con sentimiento de haber hablado demasiado.

Convenido dijo riendo Amaury, pero ten mucho cuidado, porque te escucharé reloj en mano. Mira: señala en este momento las nueve y diez minutos. Felipe sacó también el suyo, comparó los dos cronómetros con cómica gravedad, que era habitual en él, y repuso: Tu reloj adelanta cinco minutos. O los atrasa el tuyo.