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El Convento de Capuchinos, que por incidencia hemos nombrado en otro lugar, fue fundado por los mismos religiosos en lo que ahora es paseo del Obalo, ausiliados por D. Lupercio Arbizú, Caballero de la orden militar de San Juan de Jerusalem y Comendador de Caspe, habiéndose gastado en ello pingües rentas: El Obispo D. Fernando Valdés dio su aprobación y el Ayuntamiento y el pueblo teruelano prestaron su consentimiento y contribuyeron con la mayor liberalidad a su engrandecimiento que les fue correspondido con usura por los religiosos del convento, cuyo edificio se arruinó totalmente en los calamitosos tiempos de la guerra: después la piedad del Rey y la del Obispo D. Felipe Montoya proporcionaron a los religiosos en Setiembre de 1816 un nuevo convento en el sitio de Villa-Vieja.

Era esta puerta la más adornada en las festividades públicas; sus dos portillos laterales eran los que más tarde se cerraban, y por su arco principal entraron los monarcas Felipe V, en 1729; Carlos IV, en 1796; José I, en 1810; Fernando VII, en 1823, y la reina Isabel II, en 1862.

D. Rodrigo de Mur, señor de la Pinilla, acompañado de un criado y de un fraile vizcaíno, de nombre Mateo de Aguirre, aparecieron en París, despachados por D. Juan de Idiáquez con expreso fin de matar al ex-Secretario de D. Felipe.

Un francés, que vino á España en el año de 1659, acompañando al mariscal de Grammont, enviado extraordinario de Luis XIV en la corte de Felipe IV, dice lo siguiente en su diario de este viaje, que después publicó: «Por lo que hace al teatro, en casi todas las ciudades hay compañías de cómicos, superiores á los nuestros, cuando se comparan unos y otros, aunque no haya ninguno que reciba sueldo del Rey.

Población. Razas. La providencia del salvaje. Los carolinos. Gastos é ingresos. Milicias urbanas. El chamorro. Sus inclinaciones, su moral, sus trajes y costumbres. Ilustración. El Padre Ibáñez y D. Felipe de la Corte. Cuatro palabras por vía de epílogo.

Nunca Felipe había pasado una velada tan feliz y a la vez tan dolorosa como lo fue aquélla para él. Feliz, porque Antoñita no tuvo sino dulzura y amabilidad para su adorador, y dolorosa por la perspectiva de aquel lance a que le arrastraba Amaury. Gracias a que algo se lo hacía olvidar la incesante y gratísima conversación de Antoñita.

En estos casos leíanse en su portada que eran obra de un ingenio, y, si el escritor residía en Madrid, se le adicionaba con las palabras de esta corte . Posible es que entre las comedias que se distinguen por esta particularidad, haya algunas, como la tradición afirma, en cuya composición tomó parte Felipe IV; pero no por eso deja de ser un grave yerro atribuirlas todas á este Monarca, sólo con tener un conocimiento muy superficial de la literatura española.

Escritas por Antonio Pérez, Secretario de Estado que fué del Rey Católico D. Felipe, segundo de este nombre, para el uso del Duque de Lerma, gran privado del Señor Rey D. Felipe III: Madrid, 1778, en 8.º»

Gonzalo Pérez, su padre ;» y obligada debía de estar, en efecto, al Secretario de D. Felipe por las mortificaciones de que le libró reinando su hermana María, esposa del Príncipe de España. Fuera de la corte no merecía mejor concepto Antonio Pérez.

Quien desee formar una idea de la profunda antipatía que tenían los españoles á los ingleses, puede leer la Dragontea y la Corona trágica, de Lope, y la Oda al armamento de Felipe II contra Inglaterra, de Góngora.