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Primer Teniente. Enrique Pereda y Sardiña. Teniente. Carlos Riquelme y Giquel. Teniente. Pedro J. Peñalver y Rondón. Capitán. Jorge Vila Blanco. Primer Teniente. Eduardo Miranda. Primer Teniente. Rafael Ramos. Primer Teniente. Federico de la Vega. Primer Teniente. Patricio de Cárdenas. Primer Teniente. Pablo Alonso. Segundo Teniente. Armando Fuentes. Segundo Teniente. José Salvata y Mesa.

Esta mañana la muchacha tenía un buen calenturón; no toma alimento y la tos no la deja un instante. ¿Qué está usted diciendo, señor? exclamó la tía María . ¡Don Federico!, usted que ha hecho tan buenas curas, que le ha sacado un lobanillo a fray Gabriel y enderezado la vista a Momo, ¿no podría usted hacer algo por esa pobre criatura? Con mucho gusto respondió Stein.

Sólo Federico Bullen se detuvo en la tarea de vaciar su pipa y alzó la cabeza, pero nadie más del grupo dio a conocer el menor interés hacia el hombre que entraba pausadamente, por cierto. Era una figura bastante familiar a la sociedad que en Bar Sansón le llamaban «El viejo».

Mi comandante, dígale usted a señá Rosa Mística que traslade su amiga al fuerte de usted cuando tenga cañones de veinticuatro, para que estén bien guardadas las niñas de las asechanzas del demonio, que se meten en guitarras destempladas. Me voy, porque don Federico no viene; estoy para que está vacunando a todo el lugar, inclusos señá Mística, el maestro de escuela y el alcalde.

Dile añadió Federico sonriendo débilmente, dile que San Nicolás ha venido. Y de esta manera, manchado de lodo y sangre, casi desnudo, anonadado, andrajoso, con un brazo colgando inerte a su lado, San Nicolás llegó a Bar Sansón, y cayó desfallecido en el umbral de una mísera vivienda.

Á las tres, mirando por la ventana hacia el camino, como si esperase ver á su mujer aparecer súbitamente y correr á él con los brazos abiertos, lanzó un grito: ¡Ahí está Federico! Seguramente tiene noticias, puesto que vuelve. Mauricio había bajado ya la escalera. Cogió al criado por el brazo, preguntándole, aturdiéndole y, sobre todo, impidiéndole hablar.

Lo vi persiguiendo a un caballero, señora, y pelearon hasta que llegó el conde Federico; el otro me quitó el caballo de mi padre y se escapó, pero el Rey está allí con el Conde. ¡Cómo, señora! ¿Hay acaso otro hombre como el Rey en Ruritania? Voy yo misma a ver a ese caballero dijo haciendo ademán de bajar del coche.

Haciendo un heroico esfuerzo y completamente absorto en una sola idea, olvidó el dolor de su herida, y montando de nuevo corrió hacia Rattlesnake-Creek. Pero el aliento de Jovita era ya entrecortado, Federico vacilaba en la silla y el cielo se aclaraba ya del todo. ¡Adelante! ¡Corre, Jovita! ¡oh, día, si pudiese detenerte con una mano! En los últimos pasos sentía ya un zumbido en sus oídos.

Don Federico dijo la tía María después de un rato de silencio , ¿es verdad que hay por esos mundos de Dios hombres que no tienen fe? Stein calló. ¡Qué no pudiera usted hacer con los ojos del entendimiento de los tales, lo que ha hecho con los de la cara de Momo! contestó con tristeza y quedándose pensativa la buena anciana. Capítulo VIII