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Con estas fantasías en la cabeza y los ojos cerrados muy a menudo por no ver los abismos a mis pies, fui bajando la pendiente cómo y por dónde quiso mi caballejo, a cuya juiciosa firmeza me había entregado con ciega fe desde arriba, por encargo del propio Chisco, que me precedía caminando por el derrumbadero con igual desembarazo que yo por los pasillos de mi casa.

Y de todas estas fiestas volvía trémula de fe, esperando un milagro semejante al que había realizado la santa de París ante las hordas invasoras de Atila. Doña Elena también visitaba las iglesias, pero las más cercanas á la casa. Su cuñado la vió entrar una tarde en Saint-Honorée d'Eylau.

En los insomnios, en las exaltaciones nerviosas, que tocaban en el delirio, las visiones místicas, las intuiciones poderosas de la fe, los enternecimientos repentinos le habían servido de consuelo unas veces y de tormento otras.

Con la misma razón que él la llama voluntad, la han llamado los escolásticos ens realissimum, y sus predecesores en Alemania absoluto. Por mucho que se esfuerce en ocultarla, su teoría está fundada como las demás en una pura hipótesis, y las hipótesis no tienen valor en la ciencia; sólo se sostienen en la fe...

Y no se apure porque el pasaje no sea en primera cámara: un montañés de pura raza atraviesa en el tope el Océano, si necesario fuese. Díganle «á las Indias vamos», y con tan admirable fe se embarca en una cáscara de limón, como en un navío de tres puentes. Este heroísmo suele ir más allá aún.

Y en el alma filipina, ¿qué recuerdo habrá más dulce? ¿Qué potencia irresistible que al progreso nos impulse, Que la fe de Jesucristo, más la lengua de Cervantes...? Julio, 1922. Nació en el barrio playero manilense de la Ermita, año de 1873. Cursó la segunda enseñanza en el Ateneo municipal. Se hizo perito mecánico y abogado luego.

, señor cura, se pueden, en efecto, conocer las hablillas; pero por misma lo que valen los chismes de una población pequeña, para darles ninguna fe. Eso es la fábula, y yo querría la historia. Veo respondió el cura riéndose, que no ha olvidado usted la conversación que sorprendió en la víspera de cierta fiesta...

Hijo mio, yo no he hablado de castigo y si de perdon y de penitencia: vos sois quien debe escoger; nuestros dogmas y nuestra fe me han dado el poder de dirigir a los pecadores por la senda de la esperanza y de la virtud, y dejo al cielo el derecho de castigar: "La venganza pertenece a mi solo," ha dicho el Senor, y es con humildad como su siervo repite estas augustas palabras.

Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado por largos años una vida errante que sólo alumbra de vez en cuando los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo; valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo como el primero, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en el caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería. ¿Dónde encontraréis en la República Argentina un tipo más acabado del ideal del gaucho malo? ¿Creéis que es torpeza dejar en la ciudad su infantería y artillería?

No a cuál afiliarme. ¿He de inventar yo un partido nuevo, cuando ya hay tantos? Además, que no es tan fácil inventar ese partido. Para su credo, apenas se me ocurre otro artículo de fe que aquella sentencia constitucional del año de 1812: que todos los españoles sean justos y benéficos. Lo demás me es indiferente.