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Ni tampoco cambió de aspecto cuando la retirada del carcelero le dejó faz á faz con la mujer que le había reconocido en medio de la multitud, y cuya abstracción profunda al reconocerle indicaba mucha intimidad entre ambos.

Este desmayo terrenal era, según creían, sólo otra faz de la fuerza celestial del ministro; ni se hubiera tenido por un milagro demasiado sorprendente contemplarle ascender en los espacios, ante sus miradas, volviéndose cada vez más transparente y más brillante, hasta verle por fin desvanecerse en la claridad de los cielos. El ministro se acercó al tablado y extendió los brazos.

Obdulia, ¡cálmese usted... ¡Cálmese usted! ¡Cálmese usted, por Dios! ¡Levántese usted!... ¡Levántese usted, por Dios!... Su faz blanca, nacarada, estaba cubierta de vivo rubor. Un soplo de emoción delicada y mística corrió por toda la tertulia. Algunas jóvenes también se ruborizaron. Los clérigos se miraron unos a otros.

¿Es eso todo lo que usted tenía que decirme? preguntó fríamente la dama. La faz temerosa del barón se congestionó súbito al escuchar esta pregunta, inyectáronse sus ojos, la sinuosa cicatriz se alzó con gran relieve sobre la superficie del rostro en virtud sin duda de algunos movimientos volcánicos de lo interior.

Beatriz se sintió desfallecer, confundiendo en el mismo transporte la resurrección del Señor y la presencia del pálido mancebo, cuyo rostro figurósele, al pronto, la faz descarnada y admirable de la Pasión. Con las últimas palabras del Evangelio, Ramiro comenzó a retirarse, lentamente.

6 Y anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron derramadas mis ovejas, y no hubo quien buscase, ni quien requiriese. 7 Por tanto, pastores, oíd Palabra del SE

Al principio, ella le guardaba aún cierto respeto y procuraba desasirse sin hacerle daño. Poco a poco, vista la tenacidad brutal de su tío, se fue encolerizando, subiósele la sangre toda a la cara, y al verse nuevamente a punto de ser cogida, alzó la mano, y con ella cerrada le dio en plena faz un tremendo golpe, que le hizo caer hacia atrás, sangrando por la nariz.

Parecía escuchar como si esperara a alguien. Muy luego el ruido de pasos pesados, acompañados de silbidos, se hizo oír a través del gran vacío de la entrada del vestíbulo. La puerta se abrió y entró un joven fornido y vulgar; tenía la cara encendida y el aire gratuitamente vencedor que caracteriza la primera faz de la embriaguez. Era Dunsey.

¿Es usted doña María? me dijo con los ojos extraviados y la faz descompuesta ¿es usted doña María que toma forma varonil para ponérseme delante? Sólo a ella debo dar cuentas de mis acciones. Yo soy quien soy. Por lo demás, si parte de la responsabilidad corresponde a la madre de la víctima, eso no aminora la culpa de usted... Pero no es una sola víctima; las víctimas somos varias.

Sacaron el ganado del establo y lo juntaron todo delante de casa. Ángela y Rosa, en el corredor, sollozaban fuertemente. Rafael daba vueltas en torno de los alguaciles, agitado y tembloroso, con la faz demudada y reventando por llorar. Cuando aquéllos sacaron las cuerdas que traían enrolladas y se dispusieron a amarrar las vacas, estalló en gemidos lastimeros.