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Se estaba todavía en ese período glorioso de la guerra, considerada como un favor especial acordado por la Providencia a los propietarios territoriales.

Cuando los molineros y los deshollinadores quieren ser buenos, sucede siempre una desgracia; dice Juan bromeando con expresión cohibida. Y pretende sacar a la joven el cepillo de las manos. Por favor, déjeme usted dice ella defendiéndose y ocultando vivamente el cepillo debajo del delantal. Martín golpea en el banco con el puño. ¿Déjeme usted?... ¡Cómo! ¿No os tuteáis todavía?

Hasta en las comedias, que se distinguen por la acumulación de materiales desordenados, y que son defectuosas en cuanto á su composición, brilla esta inventiva de un modo deslumbrador; algunas ofrecen una verdadera mina de los más eficaces resortes dramáticos, y pueden dar argumentos para varias comedias; estos motivos ó resortes se indican más bien que se aprovechan ó perfeccionan, aunque no por esto hagan menos favor al poeta, excitando á un tiempo nuestra censura y nuestra admiración.

Una de las doncellas se acercó a ella y le dijo: Ahí abajo está el tío Leandro con los pastores y los guardas que piden por favor que les permitan despedirse de la señorita. ¡Ya lo creo que iré! respondió Clara apresurándose a bajar a la gran cocina del sótano. Allí estaban en efecto los pastores y dos guardas jurados con sus sombrerotes de fieltro en la mano.

¡Qué lástima que no estén casados! murmuró el economista mirando a sus pulgares que estaban quietos uno frente a otro, como recelosos de unirse . Porque si vivieran como Dios manda... Ya ves qué proporción. ¡Billetes gratis, casa gratis, comida gratis!... La idea de humillarse a Amparo y ser su huésped y deberle un favor grande, sublevó el orgullo de la Pipaón...

¡Oh! señor Duque, los hombres de la posición de usted, no son nunca viejos. El brillo atrae mucho a las mujeres... Por eso no basta que usted se reprima en adelante y sea prudente. El Duque se puso repentinamente pálido. Vaciló unos instantes, y dijo al cabo: Saliendo yo de esta casa, ¿verdad? Ese era el favor que venía a pedirle dijo ella sin levantar los ojos, con entonación humilde.

No se sintió deseada, sino querida, y en lo más íntimo de su espíritu se alzó una voz que le decía: «Es tan mío como yo suyaLa función estaba concluyendo. Púsose Cristeta en pie sin que ya él lo estorbase, esquivó sus miradas como aterrada, y le dijo: Vete. Quiero salir sola. ¿No viene nadie, ni tu tío, para acompañarte? ¡Ah!... A propósito de mi tío. Tengo que pedirte un favor.

Vos me pareceis hombre discreto, le dixo, y si me hiciérais el favor de venir hasta mi casa, y exâminar mis asuntos, estoy cierta de que me sacaríais del cruel apuro en que me veo. No tuvo reparo Memnon en acompañarla, para examinar con madurez sus asuntos, y darle buenos consejos.

¿Te has olvidado de mi promesa sagrada añadió ésta o creías que era broma? ¡Ay!, todo me parece poco para demostrar a la Madre de Dios el gran favor que nos ha hecho.... Yo quisiera que en estos días nadie estuviera triste en todo lo que abarca el Universo; quisiera poder repartir mi alegría, echándola a todos lados, como echan los labradores el grano cuando siembran; quisiera poder entrar en todas las habitaciones miserables y decir: «ya se acabaron vuestras penas; aquí traigo yo remedio para todos». Esto no es posible, esto sólo puede hacerlo Dios.

Conjurado el ataque cerebral por medio de violentos revulsivos a las piernas, el médico le fué aplicando vejigatorios en diversas regiones del cuerpo. ¿Qué se le ofrecía, señorito? dijo la doncella entreabriendo la puerta. Haga usted el favor de llamar a la señorita. Al cabo de un momento, la criada entreabrió de nuevo: Que viene al instante. El joven esperó.