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Simoun, como para aumentar la admiracion de los presentes, removía las piedras con sus morenos y afilados dedos gozándose en su canto cristalino, en su resbalar luminoso como de gotas de agua que colora el arcoiris. Los reflejos de tantas facetas, la idea de sus elevadísimos precios fascinaban las miradas.

Sus frutas atraen por su perfume exquisito, sus flores embalsaman la atmósfera, y su sombra, fresca y aromática, invita al reposo, como las sirenas fascinaban a los vagabundos de la Odisea. Los animales, especialmente las cabras, resisten rara vez a esa dulce y enervante atracción, se acogen al suave cariño de sus hojas tupidas y comen del fruto embalsamado.

No se le sentía cuando profería suavemente alguna frase galante que conmovía y ruborizaba a las doncellitas o hacía soltar alegres carcajadas a las matronas. Placíanle, sobre todo, los apartes, las conferencias íntimas. A pesar de los años, sus ojos, a la vez desvergonzados y respetuosos, dulces y chispeantes, fascinaban a las damas.

Sin embargo, una que otra vez al encontrarse en los pasillos le dirigía miradas magnéticas que la fascinaban y profería unas buenas noches preñadas de ideas disolventes. Como es natural, la bella tramoyista no dejó de sospechar el género de pensamientos que dentro de la barretina se escondían, y en su consecuencia decidió ruborizarse hasta las orejas siempre que tropezaba con el tigre-traspunte.

Desde las ventanas del seminario, en las horas dulces de asueto, Enrique Thomas oteaba el campo verde, y desde el remoto horizonte, voces aventureras, voces de libertad y rebeldía, fascinaban su alma peregrina de bordelés. Cada camino que se alejaba serpeando, cada buque que salía del puerto, susurraban en sus oídos una canción de adioses.

Repárela usted bien. La chula no apartaba del carruaje sus ojos con expresión tan fiera y despreciativa que fascinaban como los de una pantera. En efecto, debe de ser bien dominante manifestó Carlota. ¡Un cabo de vara! repuso Rivera. Lo que le hacía falta a ese cínico que se ha pasado la vida burlándose de todas las leyes divinas y humanas. Llegaron por fin al manicomio.

Las miradas terribles de Pepe Vera la fascinaban, como fascinan al ave las de la serpiente. ¿Por qué no ha de decirse la verdad? continuó Pepe Vera sin alterarse ¿Por qué no habéis de confesar que no os halláis en estado de cantar? ¿Es pecado por ventura? ¿Sois esclava, para que os arrastren a hacer lo que no podéis? Entre tanto, el público se impacientaba. El director no sabía qué hacer.

Cautivábale sin duda su franqueza y aquella prontitud de su entendimiento para encontrar razones que explicaran todas las cosas. La fisonomía de Mauricia, su expresión de tristeza y gravedad, aquella palidez hermosa, aquel mirar profundo y acechador la fascinaban, y de esto procedía que la tuviese por autoridad en cuestiones de amores y en la definición de la moral rarísima que ambas profesaban.