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El señorito de Limioso, no desmintiendo su vieja sangre hidalga, aguardaba sosegadamente, sin fanfarronería alguna, pero con impávido corazón; el abad de Boán, nacido con más vocación de guerrillero que de misacantano, apretaba con júbilo la pistola, olfateaba el peligro, y, a ser caballo, hubiera relinchado de gozo; el Tuerto, encogido y crispado como un tigre, se situaba detrás de la puerta a fin de destripar a mansalva al primero que entrase.

Mariano, cuidado cómo se habla. ¡Se burla de ti! gritó Pecado con aquel arrebato de infantil fanfarronería que en él parecía cólera de hombre. Yo te juro que no se burlará más» dijo ella con los ojos húmedos de lágrimas. Mariano la miró, diciendo: «Tonta, no ha sido para tanto... Las mujeres lloran por cualquier cosa. Que venga a con bromas; verá cómo le saco las entrañas...

Si cuando estaba picado de mala mosca su lenguaje era conciso y brutal y se comía a los niños crudos, cuando le volvía el buen humor su dicción se fluidificaba, adornándose con toda la hojarasca de la fanfarronería. Conversaba familiarmente con los muchachos, mostrándoles, ya la expresión seductora de sus sabidurías políticas, ya los dramáticos pasajes de su historia de mártir.

Pensar en que cuatro palabrillas insolentes sobre la moral y la conciencia bastarían a obligarme a aceptar satisfecha la humillación que me impones; suponer que yo, a quien si no conoces debieras conocer, voy a consentir que me arrojes como un trapo sucio, que me arrastres como una cautiva enamorada a los pies de Fernanda para que le sirva de almohadón cuando suba a tu lecho, es el colmo de la estupidez y la fanfarronería. ¿Por qué no me pides también que sea tu madrina de boda?

Todo lo relata, todo lo pinta con tan vivos colores, que parece que lo estamos viendo. Cuenta sus acciones heroicas sin fanfarronería, y jamás ha mortificado el orgullo de los hombres que le oyen con tanta atención, si no con tanta complacencia como las mujeres.

Y á pesar de su inveterada fanfarronería, cada día le iba importando menos que los amigos se enterasen de su humillación. Alguna vez, observando ya señales vergonzosas de ella, los más autorizados, como el señor Rafael y Pepe de Chiclana, le hicieron prudentes advertencias. «No era ése el camino para ser feliz.

Velázquez pudo desde entonces dar rienda suelta á su fanfarronería. Este era el vicio que le dominaba y servía de triste contrapeso á sus buenas cualidades. Porque las tenía, sin disputa. Era servicial, generoso, despierto de inteligencia y sensible de corazón.

El silencio con que acogían su victoria molestábales más aún que los gritos irónicos de algunos forasteros, que parodiaban la fanfarronería de los bilbaínos, ofreciendo un duro por un real, en favor del guipuzcoano. Terminó la lucha sin la explosión de entusiasmo que esperaba Aresti.

Tenía veintisiete años y parecía mucho más joven, pero con una juventud enfermiza, debilitada por las heridas y los sufrimientos. Lubimoff, que odiaba la fanfarronería de los héroes jactanciosos, se sintió desconcertado primeramente y luego atraído por la sencillez de este oficial. De no conocer por don Marcos la autenticidad de sus proezas, las habría creído falsas.

Dexo lo poco que se estudia, lo mucho que se habla, la fanfarronería que domina, las artes de truncar textos, la mala para seducir, y otras tergiversaciones que se usan entre los hombres; pues todas estas cosas nos han de tener desconfiados de sus aserciones, haciéndonos entender, que nuestra creencia solo se ha de dar á sus pruebas, y á las razones en que fundan lo que afirman.