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Con este perseveró desde entonces, y el nuevo nombre contribuyó á que se desvaneciese del todo en los siglos sucesivos el recuerdo de una poblacion tan novelesca por su orígen, tan interesante por las escenas en ella ocurridas, tan maravillosa en todo: que habia rivalizado con las mas famosas ciudades orientales y sostenido dignamente el paralelo con los soberbios palacios de los reyes Ninivitas, Achemenios, Sassanidas y Abassidas.

¡Ah, y con cuánto dolor de corazón, con qué santa indignación los que aman a Dios oyen hablar de esas infamias! Mas la paciencia del justo es luego ira terrible, y el cordero se hace sañudo tigre, que dicen las famosas palabras del Santo.

Capítulo XXXIV. Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas deste libro

Pero lo que más satisfacía su vanidad femenil eran las botas, las famosas botas color limón con las que había soñado tantas veces, y que apreciaba como el mejor de los regalos de Isidro. El calzado era una de sus preocupaciones.

Schmidt y J. Ph. Grasse. Se sabe ya con certeza que, hasta las más famosas poesías heróicas alemanas de la Edad Media, y los cuentos de Bocaccio, son, en su mayor parte, variaciones de los originales franceses primitivos.

Hasta en las comedias famosas, esto es, las más célebres y bellas, incurren en singulares ridiculeces. Por ejemplo, cuando San Antonio decía la confesión, lo cual acontece frecuentemente, caían todos de rodillas, y se daban tales golpes de pecho, que parecía deseaban acabar con su vida

Creció ya la desvergüenza Desta bárbara canalla, Y es lo mejor atajalla En los pasos que comienza Que en los fines remedialla. Todos sois fuertes soldados, Todos hidalgos y hallados En famosas ocasiones: Aquí son, con las razones, Los consejos escusados. Deseo hacer una presa Con que enviar a Fernando, Que siempre me está obligando, Algún fruto desta empresa; Que ha mucho que estoy callando.

Las más famosas reliquias pedidas a los conventos y a otras familias de la ciudad y puestas en contacto, desde un principio, con la misma carne reabierta, habían resultado impotentes. Dos veces recibió Ramiro la Extremaunción, administrada por su primer maestro, el viejo fraile franciscano. Doña Guiomar le daba ya por perdido.

Las procesiones del barrio habían visto formar muchas veces en ellas a un anciano enjuto, de barbillas blancas, tartamudo, con una mano mutilada, el hidalgo Cervantes, veterano de guerras famosas, que aguardaba la hora de la muerte con melancólica resignación sin otro título que el de «Esclavo de la Hermandad del Santo Sacramento».

Una de éstas había tomado pie de la afición desatinada que Soledad tenía al confite más exquisito de la Andalucía, á las famosas «yemas de San Leandro». Velázquez le había prometido traerle un cartucho de ellas, pero se le olvidó: recordóselo la joven, volvió á prometérselo y volvió á olvidársele. Soledad, no tengas cuidado... de hoy no pasa, hija mía.