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MARINO. Me afliges al decir eso. ¿Qué haré yo sin ti en este mundo? Pero dime, y perdona mi atrevida curiosidad; los que vienen a consultarte hablan siempre a solas contigo: no extrañes que note una contradicción... PROCLO. Di cuál es, y te demostraré que es aparente.

»La suerte me ha sido favorable, ya que favor llama el mundo á que le coloquen á uno donde todos le vean y le puedan zarandear á su capricho; y no extrañes que no te lo haya participado, porque entre las atenciones de mi destino, me olvido hasta de propio. »Reconociéndote la deuda que me citas, es ahora, como siempre, tu amigo que te quiere »Fulano de Tal.

Cierto día apareció sobre la puerta de éste un letrero que decía: Dirección. Perico se creyó en el caso de dar una explicación a su amigo. No extrañes lo del letrero, Miguel. Ya comprenderás que nada tienes que ver con eso... Pero los demás... El general me dijo que debía haber un cuarto reservado... Porque ya sabes... Vienen visitas... Bien, hombre, bien; no te apures, Majagranzas...

Si te dijera que es imposible, te quitaría la esperanza, te retraería de la empresa y te despojaría del mérito de haberla acometido. Y si te dijera que es posible, aún te despojaría más del mérito y de la gloria, porque con la seguridad de alcanzar fin tan alto, ¿quién, a no ser muy cobarde no pone los medios? No extrañes, pues, que me calle y dame gracias por mi silencio.

No extrañes, pues, que, vencida y rendida yo, cayese desde luego en tus brazos sin defenderme, y te diese mi corazón y fuese toda tuya. »Había yo querido antes cohonestar la inclinación que hacia ti había sentido, imaginándote vivo retrato del hombre a quien yo había amado en mis primeras mocedades, y a quien había llorado largos años después de muerto.

Mi gozo sería verla casada con un hombre bueno, pero ella no quiere separarse de . Le atrae la iglesia, y éste es mi miedo. No lo extrañes, Tomasa; yo, príncipe de la Iglesia, tiemblo al ver cómo se entrega a la devoción, y hago cuanto puedo por desviarla. Me gusta la mujer religiosa, no la devota que sólo se encuentra bien en la iglesia. La mujer debe vivir, debe gozar y ser madre.

Mi deber es perseguirle. La ofensa que me ha hecho no puede quedar impune. misma me tendrías por vil y cobarde si yo no me vengara. No extrañes, pues, que te deje para cumplir con esta obligación. Adiós; adiós para siempre, ¡oh generosa y dulce amigaTal era la carta que escribió Mutileder, en buen fenicio, sin ninguna falta de gramática ni de ortografía.