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Es algo como la sensación prematura de una dicha futura que no tiene nada de terrestre, que es ilimitada, que llenará un día el vacío inmenso de mi corazón, que colmará toda la ambición de mis deseos. ¿Qué queréis ¡grandes dioses! que pida a la mujer que consienta en amarme? ¿qué podré esperar de ella? ¿El compromiso de los seres tan débiles, tan pasajeros, que no conocen, que no aprecian siquiera el instante en que gozan, que no pueden responder de la más próxima de sus emociones, que se extrañarían todos los días de mismos si todos los días adivinasen lo que les había de ocurrir al siguiente? ¿Una transacción, un contrato de algunos años o de algunos meses, que una circunstancia imprevista, los celos, el despecho, el pensamiento, puede modificar; que se altera por la duración, que se disuelve por la suerte, y que un desprecio, un capricho, una enfermedad, pueden cambiar en aversión?... ¡No! ¡no!

La función que más se singulariza entre todas es la del Santo Patrón titular del pueblo; para ésta se convidan algunos religiosos de los pueblos inmediatos, para que en las vísperas y misa se vistan de diáconos y asistan otros a los demás ministerios del altar; se encarga con anticipación el sermón que se predica, mitad en guaraní y mitad en castellano, cuya diligencia corre a cargo del cabildo y administrador; pero se comunica antes con el cura, el que también concurre a convidar a los religiosos que han de asistir a la función; y al tiempo que éstos van llegando al pueblo, la víspera del día de la fiesta los reciben a la puerta de la iglesia los curas con repiques de campanas y música, y lo mismo practican con el gobernador y teniente del departamento si concurre, cuya ceremonia sólo puede excusarla de abuso el estar introducida desde el tiempo de los jesuitas, que así lo practicaban con sus curas, y que de no hacerlo así ahora lo extrañarían los indios; lo demás de estas funciones queda ya dicho en otra parte.

Extrañarían verle en repentina vejez, lleno de canas... Por fin, acordándose de que debía al honrado Boto un piquillo de anteriores comistrajos, creyó que debía ir allí, y corresponder con un pago puntual a la confianza del dueño del establecimiento, dándole la excusa de su grave enfermedad, que bien claramente en su despintado rostro se pintaba.