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En ninguna parte es mas extremoso el lujo que en Lóndres, ni se exageran con mas extravagancia las modas y toda clase de invenciones.

Se puso a meditar con atención sobre el medio de satisfacer las exigencias de su amor propio herido, y al cabo de algunos días formuló a Mariana la siguiente proposición: "Para que consintiese en dar su mano a Tomás, era indispensable que éste la pidiese de rodillas a sus padres delante de los testigos que ella elegiría a su gusto". A ninguna española de pura raza se le hubiera ocurrido semejante extravagancia.

Vicioso y discreto, sibarita y hombre de talento, aspirando a la erudición de todos los goces y con bastante buen gusto para espiritualizar las cosas materiales, no podía contentarse con gustar la belleza comprada o conquistada, la gracia, el donaire, la extravagancia; quería gustar también la virtud, no precisamente vencida, que deja de serlo, sino la pura, que en su pureza misma tenía para él su picante.

Fuese extravagancia de entendimiento perturbado, fuese abnegación premeditada, había en su conducta heroica grandeza, algo casi sobrehumano, que consistía en imponerse el doble sacrificio de privarse de su hijo, y aceptar por tal al que no lo era, para que esta ignorancia la hiciese luego tratar a ambos con el mismo cariño.

Celoso, se apresuró á decir el capitán, celoso... de los hombres, no... mas ved, sin embargo, hasta donde llega mi extravagancia.

Esta historia, que todo el mundo conoce, la audacia un poco cínica de su lenguaje y la extravagancia de sus modales, hacen que no la vea yo con mucho gusto en casa de Luciana; pero que la pobre muchacha tiene que conservar en ella una cliente preciosa.

Quiero decir, sin ambages, que los que están ayunos de todo conocimiento filosófico, si propenden además, como hoy generalmente sucede, a prendarse de lo extranjero, tal vez acepten por oro la alquimia y consideren cualquiera extravagancia o disparate como el Non plus ultra de la investigación especulativa y del saber humano.

Hace poco, cuando venía hacia aquí, tropecé en la carrera de San Jerónimo a tu amigo Morel. Me para y me pregunta, mientras se dibuja en sus labios una sonrisa de lástima: «¿Ha leído usted el libro de Sánchez Abellán...? ¡Qué extravagancia! ¡Qué majadería! Imposible llegar más allá en el arte de disparatar.

Se sabe que lo natural es general; y el paciente que duda, pregunta á los otros para saber si por algun accidente está fuera del estado ordinario de la naturaleza, ¿Quién no ve la sinrazon de elevar un medio excepcional al rango de criterio general y único? ¿Quién no ve la extravagancia de afirmar que estamos seguros del testimonio de los sentidos, por la autoridad de los demás hombres, solo porque en casos extremos, y al temer algun trastorno de nuestros órganos, preguntamos á los demás si les parece lo mismo que á nosotros?

No encontré ese ambiente embalsamado, esa atmósfera vaporosa, esa idealidad inspirada, esa naturaleza rica, esos instintos poderosos: no encontré esa aura indefinible, el genio sencillo con que nos embelesa la sociedad italiana. ¡Qué bella es Roma, cuando se la mira desde Paris! Voy á hacer mérito de la risible extravagancia de una mujer de Batiñoles, que formaba parte de la tertulia.