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Cuando la señorita Oyadec se hubo perdido de vista, una idea extraña se ofreció repentina al pensamiento de la señora de Laroque: era que, después de todo, no hubiera hecho mal en dar, además de su admiración, una pieza de cinco francos á la pastora. ¡Alain! exclamó ¡llámela!

Era en vano que Juana, no solamente no le hiciera reproches, ni aun le confiase nada. Era demasiado mujer, y demasiado madre; había sufrido demasiado ella misma, para que pudiera engañarse sobre la verdad de las cosas, y no se perdonaba la extraña ceguedad con que había entregado a su hija a un destino peor que el suyo.

Soy yo... ¿No me conoces? Asombrado Diógenes, miraba aquella extraña aparición sin acertar a decir palabra, e interrogaba con la vista, ora a la marquesa, ora a otro padre más joven que tras el viejo había entrado; este añadió: Soy el padre Mateu..., tu inspector del Colegio de Nobles... ¿Te acuerdas?...

¿No cree usted que solamente el ferrocarril ha de alterar notablemente la fisonomía local de Santander? Y á propósito, ¿qué hay de ese proyecto? Que ha llegado á ser casi una realidad, y que muy pronto se van á empezar las obras. ¡Dios quiera que con ellas no se ponga en un conflicto á la población! No comprendo.... Por de pronto ya se nos ha llenado el pueblo de gente extraña...; ¡ay, qué tipos!

Tal vez á causa de esta extraña fascinación que ejercen sobre el pescador las aguas libres del arroyo, haya hecho tan pocos progresos el arte de la piscicultura desde los tiempos más remotos.

Pero la verdad es, como ya te he dicho, que no me gano fácilmente la voluntad de los niños. No se me suben á las rodillas, no me charlan al oído, no responden á mi sonrisa; sino que permanecen alejados de y me miran de una manera extraña. Aun los recién nacidos lloran fuertemente cuando los tomo en brazos. Sin embargo, Perla ha sido cariñosa para conmigo dos veces en su vida.

Y a todas estas, señores míos, ni una palabra os he dicho de aquel ejército, ni de su extraña composición; pero atended ahora, que lejos de ser tarde, es ésta la coyuntura propicia de hacerlo, según el refrán que dice: «Cada cosa en su tiempo, y los nabos en Adviento

Parece que sus versos eran éstos: Lucho como una leona al grito de ¡Viva España! Y es que por mis venas corre la sangre de Malasaña... Sabíamos de cupletistas que luchaban contra gente extraña; sabíamos de otras que luchaban con saña; pero eso de Malasaña es todo un hallazgo. Lucho como una leona al grito de ¡Viva España! Y es que por mis venas corre la sangre de Malasaña...

Todos aquellos que lean esta extraña historia del secreto de un hombre, que hayan viajado de ida y vuelta por ese camino de hierro que va a Roma, saben bien qué molesto y pesado se hace cuando uno se transforma en constante viajero entre Inglaterra e Italia.

En el amor esto pasa casi siempre; pero aquí, por las circunstancias especiales de ambos, adquiría mayor relieve. La timidez en él llegó a ser una enfermedad, una cosa extraña, de cuya ridiculez se daba perfecta cuenta sin que por medio alguno pudiese vencerla.