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Por un instante venció en él la indignación a la apatía; tomó el egoísmo acento de ira; subiósele el rencor a los labios; inyectáronsele de sangre los ojos y, con voz temblorosa, extendiendo una mano hacia la sotana, exclamó: ¡Maldita seas!

Como pronto habían de tener casa de techos altos, esto no era inconveniente. También le hizo adquirir el de los caracoles unos muebles chapeados de palosanto, y algunas alfombras buenas, que tuvieron el acierto de no colocar, extendiendo sólo retazos allí donde cabían, para darse el gusto de pisar en blando.

Delante y casi tocándole con la mano, un peñón enorme que se perdía de vista a lo alto, y aún continuaba creciendo según se alejaba cuesta arriba hacia mi izquierda, al paso que hacia la derecha decrecía lentamente y a medida que se estiraba, cuesta abajo, hasta estrellarse, convertido en cerro, contra una montaña que le cortaba el paso extendiendo sus faldas a un lado y a otro.

Entonces vio frente por frente, iluminado por un farol, un rótulo de letras doradas que decía: «La Cruz Roja». Barinaga se cubrió, dio una palmada en la copa del sombrero verde y extendiendo un brazo, mientras se tambaleaba en mitad del arroyo, gritó: ¡Ladrones! , señor dijo en voz más baja , no retiro una sola palabra... ladrones; usted y su madre señor Provisor... ¡ladrones!

En los grupos sobresalían algunas personas que, por su ademán solemne, su mirada protectora, parecían ser tenidos en grande estima por los demás. Aparentaban querer imponer silencio á la multitud; otras veces, extendiendo los brazos en cruz, volvíanse atrás como quien pide atención: todo esto hecho con una oficiosa gravedad que indicaba influjo muy grande ó presunción no pequeña.

Pero el duque retrocedió, y extendiendo al mismo tiempo sus manos convulsas, exclamó: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No te acerques! ¡Escucha, papá! ¡No te acerques, ingrata, perversa! repitió el duque con voz temblorosa y tono melodramático. Fuera de aquí, sin vergüenza. ¿Tiene usted valor para presentarse después de lo que ha hecho con su padre? chilló la malagueña animada por la actitud del viejo.

Sus pupilas azuladas se cerraron; luego volvió á abrirlas de golpe, extendiendo los brazos con un gesto rígido y siniestro. Yo lanzé un grito; mi padre se presentó y estrechó largo tiempo contra su pecho, en medio de sollozos desgarradores, el pobre cuerpo de una mártir.

Luego giró lentamente sobre los talones por miedo a caerse y dió algunos pasos hacia la escalera, que comenzó a bajar con pie vacilante. Su padre, excitado por los gritos de la Amparo, avanzó hasta la barandilla y siguió repitiendo, cada vez más colérico, extendiendo su mano trémula como un barba de teatro: ¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!

Entonces Marcos se levantó, y con voz grave, extendiendo el brazo hacia los precipicios, exclamó: ¡Es una mujer..., una mujer tan grande como aquel peñón de allá abajo, el Oxenstein, el mayor que he visto en mi vida! ¡Bebo a su salud! ¡Bebe también, Juan Claudio! Hullin bebió, y luego lo hizo la anciana.

Tengan miramiento, hombre, tengan miramiento... murmuraba el arcipreste difícilmente, extendiendo las manos como para calmar los ánimos irritados. Barbacana no se opuso a la hazaña; al contrario, pasó a otra estancia y volvió con un haz de junquillos, palos y bastones.