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Despues de demostrada la existencia de dichos seres, y su necesaria sujecion á leyes constantes, ¿no podemos dudar todavía de si hemos demostrado la existencia de los cuerpos? ¿Basta para este objeto, el haber probado que existen seres externos, en relacion con nosotros y entre , por medio de leyes fijas y necesarias, independientes de ellos y de nosotros?

Esto es imposible: ó Fichte toma el acto en un sentido muy lato, entendiendo por él el substratum de toda conciencia, en cuyo caso no hace mas que expresar en otros términos la idea de substancia; ó habla de un acto propiamente dicho, esto es, de un ejercicio cualquiera de esa actividad, de esa espontaneidad que sentimos dentro de nosotros; y en este concepto el acto de conciencia no puede estar libre de toda determinacion so pena de destruir su individualidad y su existencia.

La prisa, la rapidez, diré mejor, es el alma de nuestra existencia, y lo que no se hace de prisa en el siglo XIX, no se hace de ninguna manera, razón por la cual es muy de sospechar que no hagamos nunca nada en España.

Y cuando menos lo imaginaba comenzó a dudar de la existencia de un Dios personal separado del Universo. El acto de la creación lo encontraba inconcebible, absurdo. En todas partes veía la acción de una fuerza constante que opera según leyes fatales, no la de un Dios que puede obrar por capricho, cuya voluntad es capaz de contrarrestar estas leyes. La idea era aterradora.

Para que el entendimiento, pues, pueda asentir á su exîstencia, es menester que haya quien la asegure con la experiencia.

Hoguera abrasadora del gran Mayo, Do se incendió terrible como el rayo El fuego de un pensar generador; Que el corazon templó cual hierro fuerte, Y dió existencia á la materia inerte, Como el soplo divino del Creador.

Del bisabuelo para atrás no recordamos a nadie, ni nos importa un ardite su remota existencia, salvo que los ascendientes difuntos hayan fundado aristocracia y sirvan para dorarnos, en cuyo caso guardamos sus nombres en unos pergaminos vetustos, para «darnos corte» a costa de sus cenizas heroicas o venerables, por cualquier concepto.

La escasez de dinero que lo amenazaba, lo hizo pensar en la desagradable vida que pasaría si, en el curso de su existencia, se viese obligado a imaginar sin cesar combinaciones financieras, a fin de vivir decentemente. ¡Gran Dios! qué dificultades tendría, si no se casaba con una mujer rica.

Cuando todo se ha enfriado, la campana llama a la mesa, y entonces empieza la lucha más terrible por la existencia de las que ofrece el vasto cuadro de la creación animal.

Sólo «los de la idea» acudían a los lugares donde se verificaba la votación: la ciudad parecía ignorar la existencia de las elecciones. Había en las calles grandes grupos discutiendo con apasionamiento; pero sólo hablaban de toros. ¡Qué gentes!... El Nacional recordaba indignado las trampas y violencias de los enemigos al amparo de esta soledad.