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11 Porque la gracia de Dios que trae salvación, se manifestó a todos los hombres. 12 Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada, justa, y píamente, 14 Que se dio a mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para un pueblo propio, seguidor de buenas obras. 15 Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad.

En la escena siguiente se desenvuelve esta lucha, que atormenta el alma del joven, cuando Ximena, que le habla desde un balcón, le hace oir la voz del amor, y la aparición del Conde lo exhorta al cumplimiento de su deber; la presencia de su anciano padre pone término á sus vacilaciones.

En El duque de Viseo se refieren, formando trágico conjunto, los destinos de Juan de Braganza y del duque de Viseo. El rey Juan II de Portugal, aconsejado de su pérfido favorito, D. Egas, concibe sospechas de los cuatro hermanos de la casa de Braganza, y los reduce á prisión. El duque de Viseo, primo del Rey, y por mediación de su amada Doña Elvira, cuyos favores solicita también el Monarca lusitano, se esfuerza en interceder por los prisioneros; pero el Rey recela también del duque de Viseo, cuya popularidad conoce, temiendo que pretenda subir al trono, y movido asimismo por las insidiosas insinuaciones de D. Egas. El Rey manda llamar al Duque, lo destierra á sus dominios, y le descubre, descorriendo una cortina, el cadáver decapitado de Juan de Braganza, cuya suerte debe servirle de escarmiento. El Duque se retira á sus posesiones, pero vuelve á veces á Lisboa disfrazado para visitar á Doña Elvira. Encuentra casualmente á un pretendido astrólogo, que le profetiza que algún día llevará ceñida en sus sienes la Corona. Más adelante, en efecto, al dar una fiesta á sus colonos, lo proclaman Rey de burlas, y le ponen una corona de flores. Sábese esto en la corte, y sus enemigos lo explotan para perderlo. Cuando va disfrazado á Lisboa y habla á la reja con Doña Elvira, entrégale ésta una carta; al contestarla, en vez de la respuesta, le da equivocado la profecía del astrólogo. El Rey entra en la habitación de Doña Elvira y le arrebata de las manos el papel, porque desea casarla con D. Egas, y ella se opone. El Duque, mientras tanto, permanece solo en la obscuridad. Oye triste canto de una casa, que le recuerda el deplorable fin del duque de Braganza, y mira en un rincón de la calle un crucifijo, alumbrado por una lámpara, á la que se acerca para leer la carta recibida. Una luz repentina circunda entonces al crucifijo, y cree ver á Juan de Braganza con el vestido blanco de la Orden y con la cruz, que le exhorta por tres veces á guardarse del Rey.

Cuando se exhorta á Leónido á acordarse del cielo y corregirse, contesta siempre de esta manera: Que lo pague Dios por , Y pídamelo después. Su corrupción llega hasta el extremo de dar un bofetón á su padre y de atentar al honor de su hermana, cuyo esposo lo desafía. Espéralo en el lugar designado para el duelo, en donde es atacado por una nube de moros.

Moisés, en un discurso muy elocuente, les recuerda todo lo que ha hecho por ellos el Señor, y los exhorta á perseverar con firmeza en el dogma de un solo Dios.

Todas las edades y clases de los hombres acuden á consecuencia de esta convocatoria, llenando la mayor parte de la obra sus diálogos y disputas con la muerte. Los personajes son singularmente numerosos y diversos. Algunos pasajes se distinguen por su energía y elevación. La muerte vence al cabo; exhorta á los hombres á no fiarse del mundo, y anuncia la llegada del ante-Cristo.

La Razón exhorta una vez más á los engañados á pensar en su salvación, y á embarcarse en el buque del arrepentimiento, el único que los librará de su ruina; pero el Alma nada quiere oir hasta que el mismo Jesucristo, dueño de este buque, se presenta acompañado de ángeles, y promete conducirlos á la bahía de la Salud, si llegan á arrepentirse.

Las doncellas son, pues, arrancadas de su país; Leonor, sin embargo, la más atrevida, las exhorta con ardor á preferir la muerte á su deshonra, y trama después un plan temerario para libertarse, que se pone en ejecución al punto.

El padre Garau era el encargado de convencer a Rafael Valls, «hombre de ciertas letras, pero al que inspiraba el demonio un desmedido orgullo, impulsándolo a maldecir a los que le condenaban a muerte, y sin querer reconciliarse con la Iglesia». Pero, como decía el jesuita, estas valentías, obra del Malo, acaban ante el peligro y no pueden compararse con la serenidad del sacerdote que exhorta al reo.

El celestial mensajero se vuelve luego hacia la hechicera, y la exhorta á renunciar á sus artes diabólicas; ella siente de pronto que todo su sér se altera, y promete expiar sus anteriores pecados haciendo rigurosa penitencia.