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Los pasos que se exhiben en la semana del dolor, no serán de gran gusto, sus combinaciones resultarán churriguerescas, incorrecta la talla de sus figuras, impropios sus trajes, la verdad histórica falseada y el arte muy mal parado; pero lo que falta de arte, lo suple la riqueza. El armazón de uno de los carros es todo de plata.

Se agrupan ante los grandes escaparates con aire desdeñoso, como príncipes que van de incógnito y no saben ocultar su elevado origen; hablan de las estruendosas ovaciones, tributadas por públicos exóticos; exhiben con satisfacción infantil, brillantes en los dedos y la corbata, insinúan con estudiada reserva los arrebatos de las grandes damas, que locas de amor querían seguirles a Milán; exageran las cantidades ganadas en su viaje y fruncen el ceño con altivez cuando algún camarada desgraciado les pide un refresco en el inmediato café Biffi.

Por de pronto, nada de multitudes humanas, ni de ruidos incómodos, ni de hacinamientos de casas formando calles sombrías y angostas; nada de ceremoniales mentirosos para cultivar amistades que no se necesitan entre personas que no se pueden ver; ni de espectáculos públicos, en los cuales se exhiben las gentes embanastadas de medio abajo, y en ringleras, como muñecos de escaparate; nada de sonrisas forzadas, ni de saludos maquinales, ni de corsés muy apretados; nada, en fin, de ese cúmulo de esclavitudes y de molestias en que viven las gentes «bien educadas», cuando se dice de ellas que hacen una vida regalona.

Parecen harapos petrificados, tan adheridos a su encierro, que hay que extraerlos a puro hachazo... Las aves, puestas en estantes, las creería usted de cartón piedra, como las que se exhíben en las cenas de los teatros.

Pero transcurría el tiempo sin que las profecías se cumpliesen. El héroe caía víctima de una cornada mortal, sin otro responso de gloria que cuatro líneas en los periódicos, o se «achicaba» tras una cogida, quedando convertido en uno de tantos paseantes que exhiben la coleta en la Puerta del Sol aguardando imaginarias contratas.

Cualquier día se pelearán, saliendo de una de sus juergas echando sangre; pero, mientras tanto, se creen felices y exhiben su dicha con una desvergüenza admirable. Yo creo que lo que más les divierte es la indignación de don Pablo y su familia. Montenegro relató las últimas aventuras de estos enamorados, que alarmaban a la ciudad.