United States or Lesotho ? Vote for the TOP Country of the Week !


El excusador se puso rojo como una cereza y guardó silencio. No volvió a tener más confidencias con él sobre este punto.

Mandó buscar caballos, se enteró del camino que habían de seguir, del tiempo que iban a tardar, etc. Quiso dejarlo todo listo, a pesar de que Obdulia le indicaba que no corría tanta prisa. Puesto que se trataba de un viaje corto, por la mañana era fácil arreglarlo todo. Pero el excusador no podía disimular el ansia que tenía de dejar zanjado aquel asunto.

Al cabo de algunos días, y después de curarse la herida de la cabeza, determinó dejar la casa de su hermano y trasladarse al pueblo, donde el tabernero se acomodó a mantenerle, lo mismo que a su otro huésped, el excusador de la parroquia, por un módico estipendio. Varias razones tenía para cambiar de domicilio.

La puerta giró pausadamente sobre sus goznes y apareció la silueta del viejo, débilmente esclarecida por la luz de la lamparilla que ardía sobre el dintel. Pase usted, señor excusador dijo sin percibir a la dama, que se había ocultado detrás de éste.

Tan triste y abatido le dejó el relato, que para confortarse un poco bebió contra su costumbre, y le hizo daño. Entre el excusador y Celesto le llevaron a casa. Por la mañana al despertarse no recordaba nada de lo que había pasado en la taberna. Pero recordó con terrible claridad la situación en que sus imprudentes galanteos habían colocado a la pobre Rosa.

Aguardó pacientemente, como todos los hombres seguros del éxito, a que hubiese una pausa, y cuando llegó, profirió con su voz gangosa, penetrante, encarándose con el ama de la casa: ¿A que no sabe usted a quién acabo de ver entrar en casa de su hermano, en compañía del excusador? A Obdulia le dio un salto tan recio el corazón, que pensó caer al suelo.

Así que le oyó salir de casa, se echó con mano trémula un mantón sobre los hombros, y acompañada de su doncella, que era su encubridora perpetua, encaminose a casa del excusador. Las piernas le flaqueaban de placer, el corazón le latía fuertemente. Lo raro del caso es que no se le pasaba por la imaginación que aquel amor era sacrílego. No sentía remordimientos.

Esto satisfacía su deseo de no comprometerle, y al mismo tiempo la condición de su temperamento, inclinado siempre al misterio. Determinó que fuese de noche: sorprender al excusador en su cuarto, gozar unos momentos de afectuosa expansión y marcharse al instante. Señaló, por fin, el día.

Doña Josefa trajo del desván un saquito de noche. Esto es muy pequeño, señora. Aquí no cabe nada. ¿Cómo pequeño?... preguntó el ama, estupefacta. Aquí cabe ropa para una porción de días. ¿Cuánto tiempo ha de estar por allá el señor excusador? Poco, poco se apresuró a decir con manifiesta turbación, poniéndose colorada.

Lo verdaderamente infame es que se había valido de su nombre para estafar una porción de dinero a algunos amigos: al cura de San Ginés sesenta duros, al capellán de las Adoratrices cuarenta y cinco, al excusador de San Millán diez y seis, etc., etc. Iba pidiendo estas cantidades como si fuesen para D. Jeremías.