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Compramos avellanas, peras, cerezas y rosquillas en todos los puestos de la romería, convidámonos recíprocamente la familia, el exclaustrado y yo; vi un desafío á los bolos entre mozos de lugar y otros tantos forasteros; los «¡vivasque nos echaron los danzantes, encaramándose unos sobre otros hasta formar lo que ellos llaman castillo, y los que también hubo para las demás personas que les habían dado dinero; y volvimos á casa al anochecer, despidiendo al predicador después de haber tomado chocolate y agua de limón todos juntos, como si no hubiéramos comido al mediodía.

Sirviéronnos, primeramente, chocolate al exclaustrado y á , pues la familia se despachó á su gusto con sendas cazuelas de sopas de leche. Y dije «primeramente», porque el reverendo, después que con el último sorbo estrepitoso, infinito, sublime, tirado al pocillo, apuró «cuanto en el hondo cangilón había»,

Los individuos de la sociedad católica fundaron un periódico, «La Era Cristiana», que, sea dicho de paso, y repitiendo las palabras del dómine, «es el papel que habla más alto en favor de la cultura villaverdina». Le redactaba don Román, ayudado por el exclaustrado y por Castro Pérez.

El grito de Don Mauro es un claro clarín. ¡Para , tres! Una rincón en la iglesia de Flavia-Longa. Lega como mosconeo, la voz desentonada y gangosa el abad, un exclaustrado ordo, que guía las Cruces en la Capilla e Jesús Nazareno. Una mujeruca del pueblo, que lleva el manteo a modo de capuz, suspira al terminar sus rezos y besa la tierra con la lengua.

Ya lo he dicho El Rey no está para despilfarros, y para levantar de cascos á está gente no es preciso mucho dinero. ¿Que no? Pregúnteselo usted á aquel lego exclaustrado que escribe El Azote; ya me tiene comidas tres onzas de las que usted me trajo la semana pasada. ¿Pues y aquel oficialito que pronunció hace días aquel fuerte discurso en que dijo: Calendas Cartagos...?

Iba rara vez por casa de su hermana, no por antipatía, sino por lo retraído y áspero de su genio. Salía poco de casa, sobre todo de día. Tenía contadísimos amigos. El más íntimo de todos, el único puede decirse que gozaba de su intimidad, un fraile exclaustrado, que antes de ordenarse había servido en las filas del ejército como oficial. Fray Diego era su perpetuo camarada.

Esperábannos ya alrededor de la mesa mi tía, mis dos primitas, que, en el vigor de la robustez y de la juventud, hubieran podido marear á un estoico con algo menos de rubor y con un poco más de coquetería, y el predicador que debía hacer el panegírico del santo aquel día. Era un franciscano exclaustrado, párroco de uno de los pueblos inmediatos, y orador de tanta fama en la comarca como pulmones.

Mi tío se honraba todos los años dándole de comer y de almorzar el día de San Juan, y sus hijas le planchaban y rizaban la soprepelliz que se vestía para predicar. Pusiéronse encendidas como dos pimientos mis primitas al tener que contestar á mi saludo; tendióme una gruesa, morena y áspera mano el exclaustrado, abrazando en seguida á mi tío; y todos, en grata compañía, nos sentamos á la mesa.

Se sentó en un sillón, sacó una caja de pasta negra, me ofreció un polvo, tomó otro, y me dijo: Nos encontramos en una situación sobre manera extraña: una joven, embellecida por Dios con cuantas virtudes pueden hacer respetable a una criatura, sola, pobre, desventurada, se encuentra entre nosotros dos; puesta primero, bajo la protección espiritual de un pobre exclaustrado, y amparada después, de una manera noble, desinteresada admirable, por un joven rico, viciado en el gran mundo, casi impío, pero que tiene un excelente corazón.

Vaya usted mismo al instante, dije a mi ayuda de cámara, a la calle tal, tal número, tal cuarto; diga usted al padre Ambrosio que deseo verle al momento, que estoy enfermo, que le espero con impaciencia; lleve usted un carruaje, y tráigase usted al padre Ambrosio. Media hora después, el exclaustrado entraba en mi alcoba. Acercose a con la más viva solicitud.